sábado, 30 de marzo de 2013

Al Mirador de Juanar en bici


Algo que no había hecho todavía en bici, estando cerca y siendo un lugar tan bonito: el Mirador de Juanar, desde donde se divisa gran parte de la costa Sur de España y la Norte de Marruecos. Dos continentes separados por una corta distancia.

No fiándome del tiempo, me vestí de corto pero eché el chubasquero por si tenía que usarlo por lluvia; afortunadamente pasé hasta calor subiendo. Decidí hacer un entrenamiento de no muchos kilómetros, pero sí lo suficientemente duro en cuanto a subidas, por lo que decidí subir al puerto de Ojén pasando primero por el pueblo.


Luego vendrían los famosos caracolillos, unos dos kilómetros de carretera con preciosas herraduras. Me propuse subir del tirón hasta la última curva desde la que se puede ver el paisaje serpenteante.


Un poco más arriba estaba ya el puerto de Ojén, donde me comería una barrita energética para afrontar los cinco km de subida hasta el Refugio de Juanar, muy exigentes porque no dan lugar al mínimo descanso.


El tramo del medio quizá sea el más "suave", con la rampa que finaliza en el p.k. 3. Desde aquí la vista  es muy buena, cambiando luego de orientación y de paisaje.


Con pedaladas lentas pero contínuas, llegué arriba. Saqué una bebida azucarada de la máquina expendedora que hay en el parking del Refugio y comencé a subir hasta el primer kilómetro de la Senda de José Lima, con la idea de también entrenar la subida a pie tirando de la bicicleta para después practicar el descenso sobre el camino pedregoso, ya montado y haciendo el equilibrismo que exige la situación.


Luego quise llegar hasta el Mirador en bicicleta, que nunca antes lo había intentado. La verdad es que andando nunca me había dado cuenta de que es todo cuesta arriba hasta allí.


Y en el monte, la famosa cabra oteando el horizonte.


Y así discurrió otro día de entrenamiento. La bajada fue tan rápida como lenta la subida. LLegada a casa, baño reconfortante tras unos estiramientos, buena comida y siesta. Os dejo el perfil de la jornada con sus algo más de 42 km.


Freedom song.

lunes, 25 de marzo de 2013

Entrenando con lluvia torrencial


Lo del sábado fue ya un entrenamiento en serio de cara a los 101 Km de La Legión, en bicicleta de montaña, que es la disciplina que llevo peor. Ya a las nueve de la mañana salía camino del punto de encuentro con Raúl, que era frente al club de golf Aloha. El día parecía que iba a estar algo soleado, en contra de las previsiones de lluvia que habían dado.


Solo empezar a subir, y recordar que no me había echado el inhalador para el asma, así que tocaba un poco de sufrimiento hasta que mis bronquios se hicieran al esfuerzo. Ya empezaban unas enormes nubes a cubrir el cielo.


Dejábamos atrás, a nuestra derecha La Concha, todavía con el calor de un sol que se iba escondiendo con mayor frecuencia.


En esta foto se aprecia que ya iba yo cogiendo color, después de subir una gran cantidad de metros en unos escasos kilómetros.


Y empezó a llover, pero de verdad, ya pasada la casa del cabrero, camino del Matulo.


Nos incorporamos al carril del Castaño Santo, metiéndonos de lleno en un camino embarrado.


Pasado el merendero está el desvío que lleva a Istán, pero aún hay que bajar y subir mucho monte.


Un rato de lluvia sobre la cara, en un descenso, con la mayor sensación de libertad que alguien pueda conseguir.


El paisaje es increíble, tanto que no dudaré en repetir este entrenamiento en breve.


Y llegamos a un buen torrente de agua, donde aprovechamos para limpiar de barro las bicicletas, ya que iban con más peso en las ruedas de lo deseado y los cambios no obedecían como debieran.


Dos metros por detrás mía caía el agua con fuerza en una preciosa cascada.


Ahí arriba entiende uno que hay que seguir cuidando nuestro entorno por encima de cualquier interés de cuatro estúpidos empeñados en sacar dinero a costa de estropear o romperlo todo.


Comenzamos unas bajadas bastante incómodas, con mucha piedra de por medio, y en los cambios de laderas empezaban a aparecer torrentes más rápidos por la incesante lluvia. Aquí solo pude salvar un solo pie del agua.


De verdad que no estoy acostumbrado a andar por barro con la bici. Me impacientaba por el poco avance para tanta pedalada, dejando un gran surco en la tierra.


Y llegamos al sitio temido de la ruta: cruce de río Verde por debajo del Canalón, con un caudal tremendo. Bicicleta en brazos, con pasitos cortos y muchísimo cuidado. Primero lo intentó Raúl.


Cuando lo pasó él, fui yo el que comprobó que aquello había que tomárselo en serio, porque detrás estaba la cascada con muchísimas rocas, el agua muy revuelta y el peligro se podía hasta oler. Ya una vez pasada la zona del verdín, cerca de la otra orilla, me volvió la sonrisa a la cara.


Otra vez subir hasta llegar a Istán por la zona del nacimiento. Al llegar a la fuente, lloviendo a mares, dejé la bicicleta en la puerta del bar más cercano, llegué a la barra y le dije a la señora que atendía que contaba con cuatro euros, venía cansado y con hambre. Me ofreció un buen plato de albóndigas con tomate, una cerveza y abundante pan. Se lo agradecí, porque me devolvió a la vida. Ya solo quedaban unos 21 Km hasta casa, que no se hicieron tan pesados como habría podido imaginar.

Al final salió una ruta de 67 Km con un perfil más que curioso. Vamos por el buen camino.


Por todo éso, no me rendiré, no.


jueves, 21 de marzo de 2013

Istán-Cañada del Infierno


Este sábado hubo ruta senderista en Istán, con invitación a paella y cerveza al finalizarla. Así que madrugamos, preparamos mochila, bocadillos, ropa adecuada a un día de lluvia, y para arriba.

El inicio de la ruta estaba en la zona recreativa que hay en la parte de arriba del pueblo.


El lugar del nacimiento estaba impracticable, ya que el agua lo inundaba todo.


La fuerza del agua en una instantánea.


Pronto empezaríamos a subir, con una buena pendiente para ir calentando piernas.


Con tanta lluvia, el campo estaba frondoso con una espesa vegetación en la que a veces desaparecían los compañeros que nos iban precediendo.


Cambio de ladera, saliendo a un espacio abierto.


Ya podíamos apreciar el pueblo de Istán a todo lo largo.


Después de algunos pasos estrechos y de ir bastante empapados, tocaba descender por un riachuelo que recogía el agua de lluvia que caía en esos momentos.


A esas horas ya andaba el grupo inicial fraccionado, unos por delante, otros muchos más por detrás, y mientras tanto mi cámara de fotos sudando agua, a pesar de irla protegiendo con una bolsa de plástico. Llegamos hasta una curiosa casa en ruinas, pero con unos paneles solares en un extremo.


Al final fuimos a parar al carril que une Istán con Monda, que lo conozco por mis entrenamientos de bici de montaña. La lluvia seguía y aquí el amigo Rafa se protegía con un paraguas, que no es mala idea eso de llevárselo al campo si vas a andar por senderos y no quieres terminar chorreando por completo.


Un tiempo de charla con los colegas, aprovechando los tramos llanos.


El barro era a veces el protagonista, teniendo que sortearlo cada uno a su manera.


Se llegó a una bifurcación, donde hubo reunión para decidir si seguir la ruta inicialmente tratada, o seguir derechos en busca de la comida. Obviamente, los que estábamos allí votamos por la primera opción. Los que venían por detrás seguirían la segunda opción, por aquello de que no paraba de llover e iban con algo de retraso.


Casualidades de la vida: el que iba dirigiendo la excursión fue alumno mío en un curso que di hace más de veinte años en Istán, sobre interpretación de planos de albañilería. Una magnífica persona.


Comenzamos a bajar, conociendo de antemano que luego tocaría subir de nuevo.


Bonita imagen el contraste entre algo característico de sitios secos con las gotas que lo destacaban.


Ya estábamos cerca del pueblo, antes había que cruzar por un puente sencillo sobre unas aguas ávidas por descender.


Por debajo de mis pies pasaba la vida.


Ya arriba, bajo la insistente lluvia, pude observar el pueblo tras un árbol deshojado en la estación anterior.


El lugar de celebración de la comida tuvo que cambiar por el tema de la climatología, así que nos reunimos en el salón que hay en el polideportivo, donde no cesaba el movimiento alrededor de la paella.


Mientras comíamos, podíamos ver la belleza del agua sobre el agua, con la montaña como alto testigo.


Faltaba una foto que sirviera de testigo como que yo había estado por allí. Aquí estoy con el mimo de los sombreros.


Y una foto de grupo, faltaría más.


¿Se nota que nos regalaron sombreros?


Terminamos en una bar del pueblo, con el amigo Paco Giménez.


Idoia enseñaba con alegría el pasaporte que nos dieron, en su interior estaba sellada la página que indicaba la ruta que habíamos hecho.


Las nubes bajas iban dibujando formas entre las montañas.


Nosotros nos íbamos ya para casa, la lluvia jugaba a hacer rizos con las gotas de un canalón.