lunes, 28 de julio de 2014

El Canalón, un paraíso

Hará una semana que Carmen preguntó en Facebook que si alguien sabía llegar al Canalón de Istán. Le dije que yo sí sabía, y se organizó una excursión a la que también se apuntaron Maite y Javi. Por lo que este sábado pasado recogía yo a nuestra amiga y nos subimos a Istán, dejamos aparcado el coche cerca del río y empezamos el camino que nos llevaría a este paraíso tan particular.


Nada más llegar había que visitar el tan famoso paraje, yéndonos directamente al agua.


Las intrépidas chicas se dieron una dura ducha bajo la cascada de agua. Eso sí, sin perder ni un ápice de glamour.


Cae con mucha fuerza, os lo aseguro, como si fueran verdaderas pedradas líquidas.


Y al otro lado de la cortina, un paisaje arbolado.


Algunos no creían todavía que pudiera existir un sitio así tan cerca de casa, llamando al relax.


Tuve nueva modelo, por lo que aproveché todo lo que pude para sacar su gran potencial y belleza.


Cada pequeño salto, cada poza era el mejor de los hidromasajes.


Juegos con agua.


Y mi modelo particular desde hace varias décadas.


Cada uno a su historia.


Tuvieron toda la paciencia del mundo con el fotógrafo, cosa nada fácil cuando éste tiene sed de tomas que va imaginando a cada instante.


La diagonal perfecta.


Una jornada de muchas risas, de saber apreciar lo que no se puede comprar, de conectar con el entorno.


Tal vez una de las fotos más divertidas de las que he hecho últimamente. Ella se lo estaba pasando genial.


También hubo su momento Zen, como el de Maite.


Hasta Javi tuvo su momento de concentración.


Yo seguía con estas dos preciosas criaturas, sirenas de río.


No iba dejar escapar la oportunidad de abrazarlas en el paraíso, donde todos los sueños se vuelven realidad.


Y salió de entre las agua una preciosa figura de mujer.


Un día muy difícil de olvidar, que luego continuó en el pueblo; éso será otra nueva entrada con más fotos y más vivencias.


martes, 22 de julio de 2014

Tres fotógrafos en la luna


A veces los planes cambian a mejor. El viernes pasado se suponía que teníamos que ir unos amigos fotógrafos a ver una exposición; una de las personas que vendrían tuvo obligaciones laborales que le impedían asistir, así que partimos dos dirección primer destino. Imposible aparcar en ningún sitio, todo repleto de coches; terminamos bien lejos y tarde de donde pretendíamos ir. Primer cambio de planes y decisión de tomar algo mientras se nos unía nuestro amigo rondeño, que venía de camino.

Y llegó Edu, venga, a ver la Luna Mora de Mijas, sin saber bien qué nos encontraríamos por allí. Aparcar el coche y llegar hasta el lugar, fue tarea fácil, ya armados cada uno con una cámara de fotos y muchas ganas de disparar. La atracción principal en estos casos son las velas dando luz a la oscuridad de la noche.


Sería la penumbra, el ambiente, que me hacían ver en ocasiones figuras difuminadas.


Cada uno de nosotros buscaba el mejor de los encuadres.


Y siempre que hay una mujer, hay una modelo.


Arte tiene mi amigo no sólo para hacer fotos, sino para todo lo necesario en esta vida. Bonita escena montó a la luz de la fuente. Fue divertido hacer la foto.


No podía faltar música mora en una noche así. Un auditorio repleto escuchaba el buen hacer de unos músicos.


Por supuesto que nos llevamos unas pocas de fotos, desde todos los ángulos posibles.


La temperatura de la noche era ideal, ni frío, ni calor.


Llegaba la hora de un descanso, había estado pasando el tiempo, pero nuestros relojes seguían parados. Y la cámara siempre atenta al menor de los detalles. Una mirada, una expresión de cualquiera, suponía la foto.


Y así podríamos cantar aquello de -y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres- porque fueron las horas que nos dieron allí. La increíble anécdota de la noche fue cuando nos despistamos y anduvimos una hora perdidos por el pueblo. Ni el policía local que nos indicó el camino al parking podía creerse que vagásemos perdidos por allí. Todo ésto, claro, andando por las calles vacías y con unas ganas de guasa que no podíamos con ella, por la situación; bueno, Elvira era quien llevaba la peor parte, por aquello del dolor de pies que dan los bonitos zapatos femeninos.

Entre bromas y risas, terminamos con la noche más que avanzada, consiguiendo llegar cada uno a casa con la impresión de haber pasado una buena noche de amigos, compartiendo nuestro amor por las fotos.

Anduvimos por la luna.