Difícil olvidar el último día de la Constitución, ese en el que se procedió a trasplantarme la médula ósea de mi hermano Christian. Previamente había recibido fuertes dosis de quimioterapia para dejar completamente limpia mi médula. Empezaba la cuenta positiva. En total pasé 33 días hospitalizado, unos mejores y otros peores, incluso alguno en el que hubo que meter un poquito de morfina para paliar algún dolor que no mitigaba otros medicamentos. El mejor rato del día era cuando me sentaba a ver cómo el sol salía para iluminar mi desfigurada cara.
El último día del año me dieron el alta hospitalaria, con dieciséis kilos menos que cuando ingresé a finales de noviembre. Fue mi amigo Miguelange, el mismo que me llevó al hospital, el que me recogió y me llevó a casa.
Enero ha sido un mes destinado por completo a reposar en casa, incapaz de caminar seguido tan siquiera un kilómetro llano. He necesitado a mi esposa absolutamente para todo, las veinticuatro horas del día.
En febrero ya me he atrevido a salir a dar paseos más largos, buscando el llano, a pesar de que en mi urbanización lo que priman son las cuestas. En alguna ocasión nos ha acompañado mi hijo Javier.
A mediados de marzo me he atrevido a salir a Marbella, caminando del brazo de Zenia, la que me sigue dando seguridad en este tramo de vida.
Mi esposa lleva cuatro años, desde que inició mi leucemia, ejerciendo de enfermera, cocinera, limpiadora, cuidadora, psicóloga, madre, esposa, todos mis sentidos; a costa de llegar a olvidarse de ella misma. La quiero con mi vida y, no es retórica, es literal.
Muy protegido del sol, pero sin privarme de dar ya paseos cerca del mar.
Otro paso importante: Puedo ir a recoger del colegio a mi hijo Nacho. Era otro de mis retos a conseguir, porque hace un mes me ayudaba de un bastón para caminar o mantenerme unos minutos de pie.
Ayer empezamos a entrenar por campo, sin eludir cuestas importantes.
Hoy hace cuatro meses que estoy trasplantado de médula ósea. He tenido la suerte de tener a un hermano cien por cien compatible. Y la mayor de mis suertes ha sido que apareciera en mi vida esta linda compañera de trabajo en mi época cubana, que se convirtió ya hace más de un lustro en mi compañera inseparable de vida. Hemos pasado juntos la salud, mi enfermedad, la riqueza y la casi pobreza. Esta foto me encanta, camino de una playa del Este habanero, de novios, porque pasamos la más bonita época de noviazgo, de risas, besos y amor intenso. Solo por seguir disfrutando de nuestro amor, merecen todos los sacrificios, quimios y lo que haga falta para poder dormir abrazado a ese cuerpo moreno caribeño, bonito por fuera e inigualable por dentro.
Nadie como tú, Zenia.