A los diez minutos empezó a llover de verdad, pero como no hacía viento, no me molestaba el agua, devorando minutos, siguiendo la estela de mi compañera, inalcanzable en su correr.
Tocaba rebajar pulsaciones, recuperar un poco el aliento e inmortalizar el momento para poder recordarlo siempre.
Sin apoyo para el móvil, apretando el cielo otra vez de lo lindo, se ofreció una señora que pasaba de paseo con su paraguas, disfrutando del mar, para sacarnos juntos, sentados sobre los maderos que forman el pequeño puente sobre el arroyo, que ayer llevaba un caudal importante, muy superior al habitual.
Y antes de empezar el más mínimo frío, ya que llevábamos la ropa mojada pegada al cuerpo, empezamos de nuevo a disfrutar de las gotas de agua sobre la cara, durante otros treinta minutos de carrera.
Hoy noto mi cuerpo más fuerte y recuperado. Es como si hubiesen aumentado mis defensas y la hora de esfuerzo de ayer hubiese aniquilado a los tormentosos virus de la época.
Una música apropiada.
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