A las ocho menos cuarto de la mañana habíamos quedado Chacón, Andrés, Mariano y yo por el Don Miguel para irnos a Ronda, donde teníamos que estar sobre las nueve para encontrarnos con los Susmurais. Poco después de San Pedro, en La Zagaleta, estaba la Guardia Civil parando a los coches, porque la carretera estaba completamente nevada y no se podía pasar. Nosotros, al ir en un vehículo con tracción a las cuatro ruedas, todo terreno, pudimos continuar muy despacio, con unas vistas más propias de otros lugares mucho más al Norte. Ya faltando poco para llegar, nos encontramos con una máquina que iba despejando de nieve el carril contrario a nuestra marcha.
Tras una curva vimos al fondo Ronda, que apenas se distinguía envuelta en nieve.
Al final llegamos a tiempo a la zona deportiva de El Fuerte, donde estaban ya los compañeros, haciéndonos la foto de grupo antes de partir.
La vía de tren presentaba este impresionante aspecto.
Y las calles de Ronda se acercaban a las imágenes que vemos de Rusia.
Aunque no estuviera dentro de la ruta, no había otra que visitar la alameda.
Los rincones únicos de tan bonito lugar estaban decorados con la nieve caída.
Había que asomarse al famoso balcón adivinando cómo estaría el paisaje.
Lo que veíamos nos dejaba sin palabras. La nieve unida a la belleza de por sí del lugar, hacía que aflorara el deseo de retener para siempre esa imagen.
El paso por el Puente Nuevo nos ofrecía un Parador contrastando con el campo nevado.
Los naranjos tenían frutos acompañados de nieve.
Pasábamos el castillo camino de la plaza de San Francisco.
La entrada antigua de Ronda es uno de los lugares que tengo en mi mente desde muy niño.
Empezamos a introducirnos en el campo, entre fincas nevadas.
Estos caballos pasaban casi desapercibidos, camuflados por el entorno.
Y llegamos al camino nº 4 del Tajo del Abanico, atravesando la verja que corta el paso. Hasta aquí había hecho yo anteriormente una excursión con mi hijo, no pudiendo continuar. Así que ahora me introducía en tierras desconocidas.
Y delante se nos presentaba el famoso Tajo del Abanico.
Empezamos la bajada.
No faltó de nada, ni tan siquiera el cruce de un río cuyas aguas puedo certificar que estaban bien frías, ya que procedían sin duda alguna de la nieve caída.
El compañero Mariano fotografiaba tan singular lugar, mientras Chacón observaba la grandeza de la gran formación de la roca en lascas.
Cada uno, desde el ángulo que creía conveniente, inmortalizaba el lugar con la cámara disponible.
Desde abajo, se aprecia muy bien el motivo de tal nombre.
Ahora venía el paso a otra zona, avisándonos previamente que había ganado bravo suelto y que entrábamos en un coto privado de caza.
En esta foto llevamos formación en V, no sé si será la casualidad o la influencia militar de los romanos, jeje.
Y llegamos a un lago que jamás había visto, en el cual había como un cenador a medio terminar.
Ya llevábamos un rato subiendo cuando nos encontramos este lugar singular, donde un juego de cascadas hacían competencia al elemento blanco. Mariano y Chacón no quisieron perderse la foto.
Hubo un momento en que volvió a aparecer Ronda detrás nuestra. Ya llevábamos un buen rato subiendo y había que volver al lugar de partida.
Comenzaba a nevar, pero por suerte para nosotros el viento estaba en calma, así que no molestaba nada pasar por este increíble camino.
Empezamos a encontrarnos barro por el camino, procedente de la nieve derretida.
Y asomó el sol, pasando en unos metros de las nubes a un cielo casi despejado.
Tuvimos que cruzar la carretera de Algeciras para meternos por Rosalejo, bajando un buen tramo embarrado.
Aquí sí que tuvimos que pasar por un camino reconquistado por el agua, que buscaba la vía fácil para canalizarse por sí misma por cada hueco que encontraba en su camino, convirtiendo la tierra en lodo.
Estábamos ya dentro de lo que es el barrio de San Francisco, con Cristina girándose, tras oír en repetidas ocasiones el click de mi cámara de fotos.
Ahora subíamos la cuesta del castillo con un panorama totalmente diferente al que nos encontramos de nieve por la mañana.
Nos quedaba atravesar el Puente Nuevo, con esa vista única que nos ofrece; comenzaba a llover.
Después de despedirnos hasta la siguiente, que espero sea muy pronto, regresamos a Marbella, nevándonos buena parte del camino.
Fue una jornada de senderismo para recordar, junto a personas que se han convertido ya en amigos con los que compartir esa locura que es ir cada vez más lejos por uno mismo, disfrutando del entorno. Muchas gracias a los Susmurais por dejarnos compartir con ellos esta experiencia gratificante de andar 21 km por los alrededores de la preciosa Ronda.
Magnífica ruta y encima doblemente afortunados, por realizarla y por haber podido subir desde Marbella pese a estar casi cortada al tráfico.
ResponderEliminarPreciosa la foto de los caballos blancos.