miércoles, 15 de mayo de 2013

101 Km en bici y a pie por mitad de la sierra


Decidí a última hora no llevar cámara de fotos, solo el móvil, para perder el mínimo tiempo y solo hacer una toma en los avituallamientos de día. El motivo de que todas las fotos sean autorretratos, no es otro que sólo me va bien el objetivo auxiliar del móvil, y no el principal.

Pasadas las 9 de la mañana ya estaba yo dentro del campo de fútbol de Ronda, con cara de felicidad y muchísimos nervios, entre otras cosas porque al venir pedaleando me seguía sonando lo que fuera en el pedalier.


Algunos parecían caballos de carreras, porque no paraban quietos antes de la salida, y también estaban los que se tumbaban en el suelo para relajarse, o por qué no, para coger la sombra de los que estábamos de pie. A esas horas apretaba ya el sol de lo lindo, el cielo se había despejado por completo y se empezaba a comentar que pasaríamos muchísimo calor.


A las 10, 30 horas empezamos a salir los ciclistas. Recorrer la famosa calle La Bola, que en realidad se llama Vicente Espinel, completamente llena de público, y nosotros a una velocidad endiablada, subía de una forma tremenda la adrenalina. Y éso que era la salida neutralizada. Antes de llegar a coger el camino que nos llevaría al Pilar de Coca, ya había algún ciclista con la clavícula rota por caída. Y es que algunos no están acostumbrados a ir en un grupo de miles de corredores, yo el primero, pero sí que tengo la experiencia de varias cicloturistas y sé que tengo que ir en línea recta; el problema es que la gente empieza a zigzaguear para adelantar puestos, y ahí es donde vienen los enganches.

En el primer avituallamiento, que lo ubicaron en una zona militar que hay por el puente de la Ventilla, cogí un trozo de plátano y dos de naranja, bebí rápidamente un vaso de Isostar, llené los bidones de agua y seguí dando pedales como un poseso. A esas alturas ya había salido volando en una bajada, pero conseguí rectificar en el aire y evitar la caída.

Antes de la una del mediodía pasaba ya por Arriate, y a la una empezaron los primeros calambres en los cuádriceps. Era el momento de parar unos minutos para orinar, tomar una barrita energética y echar una pastilla de sales en el bidón más pequeño. Venía lo que fue para mí uno de los momentos más duros de la jornada: la subida al Cortijo del Polear, con un desnivel de casi 400 metros en algo menos de 4 km, con un sol quemando todas las zonas expuestas del cuerpo, y ardiendo la cabeza. Ahí nos tocó a muchos arrastrar la bicicleta monte arriba, ya que una de las premisas que yo llevaba, por la experiencia de los entrenamientos previos, era la de echar pie a tierra y seguir caminando en cuanto el ciclocomputador bajara de los 5 km/h, ya que apenas hay diferencia con ir andando y acelera la aparición de los tan temidos calambres.

Pasadas las dos de la tarde ya había pasado una de las partes más duras y estaba arriba, en el Km 37 de la prueba.


Y seguían llegando gente al punto de avituallamiento aquí situado. Otra vez la misma operación de plátano, naranja, Aquarius y agua, y a continuar.


Bajadas y algo de llano hasta Alcalá del Valle, a tope. En ese tramo, yendo bastante rápido en una recta, entré de lleno en una zona de arena y nos separamos bicicleta y ciclista, cada uno volando por un lado; afortunadamente caí también sobre arena. No había daños, solo tuve que colocar el pedal de goma que llevo cogido por un lado de las calas y seguir otra vez a tope hasta el siguiente avituallamiento ya en el mencionado pueblo, donde estaba situado el Km 50 para los duatletas.


Conocí la famosa cuesta blanca, a la salida del pueblo, que subí arrastrando la bici, no quería hacer el valiente y pagarlo caro, era mi primera participación y había que reservarse. En unos constantes toboganes llegaba a Setenil de las Bodegas en un visto y no visto; eran las cuatro menos veinticinco de la tarde. Llegaba la hora de la comida fría, como decía en la documentación. Me dieron un sandwich con una loncha de queso y otra de jamón cocido, un buen trozo de chocolate con leche, plátano, un vaso de Coca Cola, repuse agua en los bidones y a por el siguiente subidón del día: esta vez a Chinchilla, entre olivos, a los cuales soy alérgico, pero no había problema alguno, porque a esas horas ya me había tomado dos aspirinas para los dolores y dos dosis de Terbasmín para mi asma. Así que tocó alternar de nuevo el ir montado en bici y el arrastrarla por las zonas más pendientes o complicadas. A las seis menos veinte de la tarde ya estaba arriba, en el avituallamiento. Ya sabía que tocaba bajar hasta el cuartel de La Legión. Estaba en el Km 66. Solo me faltaban 9 Km para llegar a la transición.


En esta foto que pongo a continuación se ve uno de los camiones cisterna de los que reponíamos el agua.


Y a las siete y media llegaba al cuartel, con los frenos muy tocados, ya que las bajadas habían sido brutales, pero la bici se portó de ensueño. Lo de la transición fue algo que me llevó su tiempo, ya que no estoy habituado a los duatlones, de hecho éste era mi primero, y vaya prueba que elegí para debutar en esta modalidad. Tomé la decisión de continuar con la misma ropa que llevaba puesta, así que vacié la mochila que tenía allí preparada, dejé una chaqueta térmica por si me daba luego frío andando por la sierra, me puse una gorra y me calcé las zapatillas de montaña. Otra vez a guardarlo todo en una bolsa de plástico transparente con mi número y dirigirme a pasar el control y cenar. Un perrito caliente que me supo a gloria, una Coca Cola y ... a por un bidón de agua que me había olvidado cogerlo para el camino; así que perdí un tiempo que me hubiese hecho ganar algunos puestos al final; pero en esos momentos no me importaba, sabía que llevaba tiempo de sobra para terminar la prueba.


Tocaba subir a la famosa ermita de Montejaque, todo un clásico de los 101 Km por su dureza. La verdad es que me encontraba pletórico y había entrenado las subidas duras a pie. En el corto tramo que lleva del cuartel al inicio del carril de subida, un coche se puso paralelo a mí, era el amigo Paco Jiménez, que me dijo que si me hacía falta algo, le dije que no, sin pararme hablé con él un par de minutos y empecé a subir en solitario la dura cuesta de La Ermita. Las vistas son tan bonitas que no me resultó en absoluto tan pesado como me habían contado. La anécdota más simpática en este tramo fue cuando mi amigo Diego Luque, que iba en la modalidad de marcha, me adelantó y empezó a grabarme con una cámara de video deportiva que llevaba; hizo la prueba corriendo y llegó varias horas a meta antes que yo; todo un campeón. Por el camino todavía fui adelantando a ciclistas rezagados, que arrastraban la bicicleta hasta la Ermita. A las nueve menos veinticinco, estaba en tan famoso lugar, ya era el Km 81, "solo" me quedaban 14 Km para volver a coger la bicicleta en el cuartel de La Legión, pero me encontraba muy fuerte y ya sabía que aún tenía un margen de 8 horas para finalizar la prueba, aquello apuntaba bien, y mis piernas se estaban portando de maravilla.


Bajé al cementerio de Montejaque, donde estaba otro punto de avituallamiento, volví a comer plátano, naranja, dos vasos de Aquarius, otros dos de agua y a seguir hasta Benaoján. Pasé por el Molino del Santo, la estación de tren y llegaba la parte que este año han metido nueva, con una tremenda subida hasta el cortijo de La Manía, donde tendría el penúltimo avituallamiento y control. Ya llevaba un buen rato caminando en solitario con la luz del frontal, y hubo un momento en el que todo el sol que me había dado en la cabeza a través del los agujeros de ventilación del caso de la bici, empezó a hacer efecto, llevando un considerable dolor de cabeza y el estómago revuelto de tanto plátano, naranja y bebidas energéticas. Las aspirinas se habían quedado en la bolsa de la bici, bien. Ya solo quedaban unos 9 ó 10 Km hasta el cuartel, así que apreté los dientes y continué un paso tras otro.

Otra vez el cambio de zapatillas, soltar la mochila, guardarlo todo en su correspondiente bolsa de plástico y salida del cuartel, no sin antes escuchar unas palabras de ánimo de un militar de alta graduación que pasaba por allí con otros mandos y unas señoras. Me dijo: ya lo tiene usted hecho, ánimo. Le di las gracias y empecé a dar pedales como un poseso hasta el siguiente y último punto de avituallamiento en ruta, que estaba como a 1 Km. Allí me dijeron que venía un pequeño tramo de llano y la bajada al Tajo, desde donde solo me quedaría la "cuesta del cachondeo" y el tramo desde el barrio de San Francisco a la alameda. Ya sí que estaba hecho.

La cuesta del cachondeo la subí casi toda tirando de la bici, pero una vez llegado al picadero, en el último tramo, me monté y aún tuve tiempo de adelantar a otro ciclista en la última subida del día antes de dejarme caer hasta la alameda. No soy capaz de expresar la emoción que supone ir escuchando todo el rato gritos de ánimos y aplausos, y ya la entrada al parque de la alameda con todo el mundo gritando y aplaudiendo, fue algo que se me ha quedado grabado en la memoria y no creo que olvide en mi vida. Al pasar por la meta, el crono oficial marcaba 14 horas y 44 minutos, de un no parar de dar pedales y marchar. Me dieron la enhorabuena, me colgaron del cuello el famoso ladrillo y me dieron la sudadera de finalista. Me acerqué a cenar al comedor de campaña, donde me entró un filete empanado y un trozo de pan.

Estaba totalmente en las nubes, así que antes de enfriarme me monté en la bici de nuevo y me fui para el piso donde me pegaría una buena ducha fría y dormiría unas horas como un lirón. Por la mañana iría a desayunar con los compañeros de piso, a recoger mi mochila y a ver a mis colegas karatekas marchadores, pero eso ya es otra historia que contaré más adelante.

Este es el paseo que me di por Ronda, Arriate, Alcalá del Valle, Setenil de las Bodegas, Montejaque y Benaoján.


Y aquí la foto que me hizo ya en casa, mi hijo Javier con mis trofeos de la prueba.


Estoy viviendo el momento.

1 comentario:

  1. Me hago una idea de la constancia en la preparación de la prueba, del esfuerzo para hacerla y de la inmensa alegría al terminarla. Mi mas sincera enhorabuena Orfilo. Ah!!...y estupenda crónica.

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