lunes, 24 de junio de 2013

Inacabada Nocturna de Montejaque


El sábado pasado llegaba el día de participar en la prueba Nocturna de Montejaque, donde Maite y yo participaríamos en la modalidad de marcha. Eran 40 km por la serranía, con un perfil asequible a nuestro nivel. Así que salimos en coche con las mochilas preparadas y las indumentarias ya encima, para que no se nos quedara nada atrás. Poco después de las seis de la tarde ya habíamos recogido la bolsa con los regalos y el dorsal.


Como hasta las nueve de la noche no nos daban el pasaporte, nos fuimos a dar un paseo por el pueblo.


Montejaque es un pueblo de la serranía de Ronda, muy cercano a Benaoján. La vida en estos sitios sigue otro compás, con distancias salvadas a pie, saludando a los conocidos vecinos, así que esta prueba con tanta gente de fuera, sirve para salir de la monotonía de caras conocidas.


Dimos con los amigos Alicia, Rafa y Antonio, con los que nos pusimos a cenar, a pesar de la temprana hora, pero había que hacer la digestión antes de las diez de la noche, cuando empezaría la prueba.


Antes de empezar la prueba hubo música en directo. Sonaban muy bien, la verdad. El grupo se llama Mercader de Sueños. Los críos, a lo suyo.


La cantante lo hacía muy bien. Una potente y bien modulada voz.


Para uno de costa como yo, la sierra llama tremendamente la atención. La modelo se portó bien y fue paciente con el fotógrafo.


Se acercaba la hora de recoger el pasaporte, así que nos fuimos a la fuente a llenar los bidones de agua.


Estábamos eufóricos y con ganas de empezar.


Maite y Ali, con quien teníamos pensado hacer todo el recorrido.


Nos encontramos al amigo Raúl, de los "Susmurais". Por allí andaba también su mujer y su nene en el carrito, vestido con su camisetita del club de su padre.


Nos metimos cerca de la salida, bien situados.


Vaya ganas de guasa que había, se notaba que se acercaba la hora de salir.


La luna se empeñó en ser también protagonista del acontecimiento.


Fue dar la salida y empezar todos a tope, unos corriendo y otros marchando. Nosotros íbamos con la idea de hacer todo el recorrido en marcha rápida.


En una hora ya habíamos recorrido los algo más de 6 km que había hasta el primer puesto de control y avituallamiento. Pasamos como una exhalación por él, cogiendo un trozo de naranja, otro de plátano y bebiendo un vaso de cada una de las bebidas que ofrecían, que era agua, bebida energética y Coca Cola. El ritmo lo manteníamos por debajo de los 10 minutos el km. Aquí iba Maite detrás mía camino del segundo puesto de control.


Nos íbamos dando relevos los tres para mantener un ritmo alto e ir alcanzando grupos. Por mucha luna llena que había, como quedaba tapada por las altas montañas que nos rodeaban, el camino tenía tramos muy oscuros, de tal forma que parecíamos mineros con las frontales encendidas. En este tramo, que discurría cerca de un río, las ranas tenían montado un concierto natural de primera.


El siguiente puesto de control, donde sellaban el pasaporte, cerraba a la 1,30. Nosotros pasamos como una hora antes, por lo que andábamos de tiempo mucho mejor que mis predicciones. Entrábamos en terreno abierto.


Abría camino Ali, Maite detrás y yo cerrando filas. Detrás nuestra se veían multitud de luces, por lo que con el paso que llevábamos terminaríamos con mucha antelación al tiempo máximo de diez horas que daba la organización. Hasta que llegó el momento fatídico, sobre el km 17, cuando pisé mal una piedra con el pie derecho, y al ir a apoyar el izquierdo, cedió el tobillo y pegó un fortísimo tirón el cuádriceps, yéndome al suelo. Ahí fue cuando pensé que tal vez no podría terminar la prueba. Después de un minuto, me levanté con ayuda, pero no podía andar y el dolor era tremendo. Aún así, empecé a andar despacio y hasta llegué a pensar que se me iría pasando el dolor. Desgraciadamente no fue así, fue a peor. Me di cuenta de lo bien que íbamos cuando empezaron a pasarnos muchos participantes. En un momento dado, escuché hablar a Ángela Rivera detrás mía, la saludé y anduve un tramo corto con ella, todavía haciéndome ilusiones de que despacito, llegaría. Ya no pude más y Maite se quedó conmigo, a pesar de insistirle en que siguiera. Cada vez que había el más mínimo desnivel o un paso con piedras, aquello se convertía en un infierno. Venían por detrás tres voluntarios de Protección Civil, me dijeron que no podía venir nadie a por mí, así que tenía que llegar hasta el punto de control del Km 20; me hicieron un vendaje de compresión del muslo, a petición mía, a ver si así la cosa mejoraba, pero aquello seguía doliendo cada vez más.

Después de hacer unos 3 km pegando alaridos de dolor cada vez que tenía que flexionar la pierna para subir o bajar algún paso, llegué al puesto de control. Le di mi pasaporte a Maite y le dije que por lo menos me lo sellaran para que hubiera constancia de que había llegado hasta la mitad de la prueba; el orgullo sí que lo tenía intacto. Me pinchó un enfermero un Voltarén y me sentaron allí hasta que cerrara el puesto a las 3 de la mañana, así que tuve tiempo de coger hasta el fresco de la sierra sentado en una silla. Luego me dijeron que vendrían a por Maite y a por mí, después de dejar al resto del personal en Montejaque, porque no había sitio en el vehículo. Ni loco, le dije a uno, nos vamos como sea, si no, nos encontrarán aquí muertos de frío. Así que a Maite le tocó ir apiñada atrás, en la zona de carga de la furgoneta, junto con un buen número de jóvenes voluntarias, y conmigo tuvieron el detalle de dejarme un sitio sentado en el sillón trasero para poder ir con la pierna estirada. Cómo será mi vicio con la fotografía, que a pesar de estar rabiando, aún tenía ganas de foto. Aquí mi campeona con todos los bártulos encima.


El viaje hasta Montejaque en la furgoneta fue otro suplicio, ya que había muchas curvas y cada vez que me movía, me pegaba una punzada la pierna. Llegamos al pueblo, nos fuimos hasta nuestro coche y como pude, llegué a Marbella. Casi todo el trayecto sin cambiar de marcha con tal de no tener que pisar el embrague. Dormí tres horas y me fui a urgencias del hospital más cercano de casa, donde ya me enteré de que los domingos no tienen ni traumatólogo, ni radiólogo, así que hasta este miércoles no sabré el alcance de mi lesión.

Agradezco a todos los amigos que se han preocupado por mí, su apoyo. Y en especial a esa mujer, que desde los 15 años de edad ha estado pendiente de mí, a pesar de los pesares, así que el mérito es doble, o triple, o infinito, porque además es la madre de mis hijos. Le prometo que para la siguiente vez la terminaremos juntos, cogidos de la mano.

Y para Maite, esta canción.


lunes, 17 de junio de 2013

Cuando el motor no va

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He sufrido varias pájaras en mi vida deportiva, pero lo de este sábado pasado superó a todas, porque las anteriores se resolvieron comiendo y bebiendo sobre la marcha, pero la última no mejoraba con nada.

La idea inicial de recorrido de entrenamiento para la subida al Veleta el primer domingo de julio era subir desde Málaga a Casabermeja, de ahí a Colmenar, Fuente de la Reina y dejarnos caer a Málaga. El día anterior estuve de feria con la familia, pero no bebí nada y llegué temprano a casa, el problema es que ya no me dormiría hasta las cuatro de la mañana y el despertador sonaba a las siete, así que me fui a Málaga con más sueño de lo normal y sin desayunar.

El punto de encuentro con Miguelange era el parking del pabellón de Ciudad Jardín. Allí me comí un plátano y empezamos el camino hacia el pantano del Agujero.


Tenía muchas ganas de entrenar, a pesar del sueño que manejaba, y pensaba que se me iría pasando con los kilómetros. En breve pasaríamos por un túnel ya en la carretera de Casabermeja.


Las piernas no iban, pero lo achacaba a que todavía estaba empezando a calentar motores. Al inicio la subida es tendida.


Los metros de altura se van acumulando, seguía estando muy cansado a pesar de ir bebiendo constantemente. Empezaba a sufrir más de lo habitual.


Tuve que hacer una parada técnica para recuperar el pulso, que no bajaba en ningún momento. Probablemente mi alergia estaba exigiendo una dilatación de mis bronquios, que no cogían todo el oxígeno necesario para el esfuerzo que estaba haciendo. Tomé un gel y a seguir subiendo. Algunas rampas se me hacían muy duras, no terminaba por arrancar.


La más mínima sombra era bienvenida.


En un momento se cambia de ladera y de paisaje, siendo magníficos todos ellos. A mi izquierda quedaba ahora el Torcal de Antequera, con Villanueva por delante.


Quedaba una subida hasta Patas Cortas, donde por fin se coronaba.


Después vendría una bajada hasta Casabermeja, donde pararíamos para ver si comiendo un plato en condiciones y un par de refrescos de cola, perdía el sueño que llevaba y cogía fuerzas de verdad. El estómago lo llené, pero seguía muy flojo, así que cogimos carretera para Colmenar a ver qué pasaba por el camino. Y lo que ocurrió fue que cuando llevábamos como un par de kilómetros o tres, le dije a Miguelange que tirara ya él solo, que le esperaría yo en el pueblo, porque no andaba ni en las cuestas abajo. Él siguió camino del pueblo para después subir a la Fuente de la Reina y dejarse caer hasta Málaga. Yo mientras tuve que tumbarme debajo de un olivo a que se me pasara un poco el calor. Estaba totalmente agotado y tenía mareos. Supongo que estaba sufriendo un golpe de calor, así que me dediqué a descansar un rato y a beber un bidón de agua. El termómetro de la bicicleta marcaba 47,7ºC por la carretera.


En cuanto se me pasó, cogí la bici de nuevo y anduve con ella hasta el pueblo. Ya allí me senté en un bar y me dediqué a hidratarme hasta que vino el compañero a por mí.


Estoy escribiendo esta crónica hoy lunes, dos días después, y aún el cuerpo no para de pedirme líquido. Esta semana tengo que recuperarme para la marcha nocturna de Montejaque, que serán 40 Km por la sierra, este sábado. Espero encontrarme totalmente recuperado para tan bonito evento.

Al final acumulé más de mil metros de desnivel en subida.



viernes, 14 de junio de 2013

La vida a vueltas


Un viaje desde que naces hasta que dejas de respirar,
paso tras paso, vuelta a vuelta,
con un fuerte empujón equidistante en el tiempo,
un algo por el que apretar la tuerca.

Sentidos abiertos, la mente en alerta,
el corazón seguro, de nuevo en tu puerta.

Nao precisa mudar (No necesitas cambiar) ...

sábado, 8 de junio de 2013

Al Tajo de la Caína


Tremendo pinsapar el que hay nada más pasar la gasolinera de Yunquera y empezar a subir a la sierra. Cuentan que a una tal Caína, la Inquisición condenó por brujería a tirarse por el tajo que se ha quedado con su nombre, para que tomaran nota los vecinos de los pueblos vecinos. Lo cierto es que a menos de una hora de la costa, hay una ruta senderista al bosque más importante de pinsapos del Sur de Europa.

Nada más llegar a la zona de aparcamientos están perfectamente explicados y señalizados dos recorridos. En nuestro caso iniciamos el de la Caína, para después coger una de las alternativas del amigo Chacón y así hacer el recorrido un poco más largo.


A mí me cuesta una media hora el calentar piernas, y Javi también necesita hacer de vez en cuando una paradita técnica para beber algo de agua e ir regulando la respiración.


Poco a poco nos vamos metiendo en el bosque.


Una parada en mitad de una fuerte subida.


Se va ganando altura en zig-zag.


Hay que sortear algún árbol caído, que sirve de improvisado arco para alguna foto.


En ocasiones Yunquera queda mecido por los pinsapos.


Y llegamos a un impresionante mirador natural, donde empieza un ir y venir de aquí para allá buscando la foto.


Hay un camino muy estrecho, que discurre al lado de un profundo barranco, y en cuyo inicio hay un letrero indicador del peligro que entraña tomarlo.


La pequeña vereda pone a los excursionistas en fila india.


Al final hay una fuente de la que ya solo queda un hilo de agua.


La vuelta al mirador se hace más lenta, entre fotos bajo las cornisas naturales, como ésta con Alicia.


Y algún maduro karateka, amante de la montaña, osa hacer una de las técnicas más complicadas del kata Gankaku, sobre el gran precipicio.


Llegado al mirador, nos dispusimos a comer los bocadillos. Nosotros, en familia.


A esta altura el viento tiene que pegar muy fuerte para dejar a los árboles inclinados.


Toca subir y subir de nuevo.


Javi se fotografió al lado del famoso tajo.


Se emprende desde este punto la bajada.


Pronto nos pondrá el terreno de nuevo en fila india.


Llegando a una zona donde al parecer antes se cultivaba el cereal, a tenor del cartel explicativo.


En la alta explanada, los letreros no aguantan bien el envite de los vientos. Javi no puede ver las cosas descolocadas, así que intentó volver a su sitio uno de los carteles, sin éxito, ya que los remaches que lo sujetaban habían salido seguramente volando durante una noche de fuertes rachas.


El paso se iba aligerando a la par que el calor.


Desde aquí arriba ya se puede ver el lugar donde se dejan los coches, aunque todavía queda un buen tramo hasta llegar allí.


En cuanto se abandona la zona alta despejada, el bosque te absorbe.


Uno sigue el mismo paso que el otro.


Pinsapos y pinsapos. Una alegría para el alma.


El entorno invita al retrato.


De nuevo la caballería legionaria cerrando filas.


A medida que se acerca el fin, se va dividiendo el grupo.


Últimos metros con Javi cerrando.


Después se puede hacer una parada técnica en el cámping que hay más abajo, cerca ya del pueblo, donde las cervezas frescas aguardan. Otro magnífico día con amigos.