domingo, 31 de enero de 2010

Bonita subida a Juanar

¿Subimos a Juanar? Venga, vamos. Así empezó en la oficina el plan de ciclismo para hoy. Parador de Juanar, a 789 metros de altitud sobre el nivel del mar. El punto de partida ha sido el mismo del planeamiento: mi oficina, a unos 25 metros sobre el nivel de las aguas saladas. Por delante, una jornada soleada y unos rampas de vértigo. Calculaba yo que serían unos 20 Km hasta el refugio, pero al final eran “solo” alrededor de 19 Km, todo cuesta arriba, salvo un escaso Km, después de pasar por el puerto de Ojén, situado a más de 500 metros sobre el nivel de mi mar. Al final, también se ha apuntado Víctor, amigo de Raúl, de los cañeros subiendo y bajando cuestas; os podréis imaginar que he hecho toda la subida en solitario, porque los dos jóvenes se me fueron en el primer kilómetro y ya no los vi hasta la llegada.

Cada vez que empiezo a subir por la carretera de Ojén, en cuanto llego a la rotonda del cementerio, lo primero que pasa por mi cabeza es rodearlo y darme la vuelta para la costa otra vez. Es que se pone la carretera muy pesadita, con rampas de hasta el diez por ciento en algunos tramos. Hoy no podía darme la vuelta, casualmente me había llamado mi colega Miguel Ángel para decirme que iban a pasar el día de campo en Juanar, qué casualidad, así que decidimos vernos allí arriba. Una vez pasado el cruce que te permite bajar a Ojén, parece que la carretera perdona algo y las cuestas van siendo algo más llevaderas, o al menos eso me lo parece; lo mismo es que ya tengo las piernas bien calentitas. Empiezo a ver la carretera de Ojén desde arriba.
Venga subir y subir, no me dan ni ganas de beber. Me voy distrayendo con el paisaje, pensando en mis cosas, lo que sea con tal de olvidarme de los pinchazos en la parte interna de mi muslo izquierdo, y en lo mal soldado que quedó el hueso del pie derecho de aquella fractura jugando al fútbol playa de jovencito. Cómo molesta el condenado ahora. En ésas estoy cuando paso por el primer mirador de Ojén.

Muchísimo tráfico para ser sábado. Es horroroso la de coches que bajan, bueno, y la de motoristas. El día se ofrecía para salir a la calle a hacer deporte, y más después de tanta agua como ha estado cayendo en este mes de enero. ¡Anda, si ya estoy en el segundo mirador! Eso sí, hoy las fotos sin bajarme ni una sola vez de la bicicleta. Es algo que me había impuesto, montarme en Marbella y no bajarme hasta la llegada al mismísimo Parador de Juanar, así me explotaran las piernas.

Ya queda menos para coronar el puerto, venga, un ligero descansito para aflojar algo las piernas antes de empezar a subir sin descanso hasta el mismo parador. Me recibe una rampa al 11,5 por ciento, y otras no tan duras pero sí muy graciosillas del 8, 9 y 10 por ciento. Madre mía, si no fuera porque saco la cámara del maillot, sin dejar de dar pedales, y me voy entreteniendo haciendo fotos …

Me persigue el fantasma de los calambres y de las lesiones. Empieza a avisarme el talón de Aquiles del pie derecho; no tengo otra alternativa que sacar el pie de la fijación del pedal y avanzar el pie, de tal forma que el brazo de palanca sea menor y descanse algo el tendón. Estoy viendo el indicador del Km 3, ya solo me quedan algo más de dos para meta, poco menos de veinte minutos de último esfuerzo.

Siguen adelantándome coches, algunos llevan prisa. No entiendo el salir a la sierra con prisas, ni que fueran a la oficina. Sé que detrás de la siguiente curva, veré por fin la zona del refugio. Estoy trazando la curva de subida al Parador, cuando veo a mis dos compañeros que venían de la zona del mirador. Paramos arriba, en el aparcamiento. Han puesto una oportuna máquina expendedora de bebidas, saco un Gatorade muy fresco, que me sabe a gloria. He quedado en que vería a Miguel Angel en la cancela que hay camino del mirador, por lo que hay que subir por el camino de tierra unos doscientos metros. Llegamos y no está mi colega. Como no hay cobertura para el teléfono, decido bajar ya y llamarle en el cruce. Mientras, aprovecho para sacarle una foto a los dos compañeros de aventura.

Para guardar un recuerdo de la subida, en el que salgamos los tres, le pedimos a un señor que nos saque una foto; al final tuvimos que pedírselo también a una chica, a ver si nos sacaba mejor, pero las condiciones de sol en nuestras caras, no eran las más propicias.

La bajada la hicimos en un suspiro. Fue un pique total de los tres, con todo el desarrollo metido, dando pedales a rabiar hasta Marbella. En cuanto pusimos pie a tierra en el lugar de origen, comprobé que faltó un minuto para que yo completase las tres horas justas de pedaleo eficaz. Ha sido muy gratificante comprobar que, ya cercano a la cincuentena, todavía tengo el motor diesel en condiciones.
Ya sabéis, pase lo que pase … don´t give up

martes, 26 de enero de 2010

Agua y más agua

Este sábado pasado estaba ya saltando por encima de los plafones del techo de casa, de puro nervio por no poder salir por ahí. No paraba de caer agua a cubos. Para no faltar a la verdad, saqué a los perros un ratillo por la mañana y otro por la noche, lo imprescindible para que hicieran sus cositas rápidamente, y para casa. Hasta me ofrecí a acompañar a Maite para hacer la compra en un súper del barrio, con tal de que me diera el aire fresco en la cara; aunque más que aire, lo que me cayó fue una pechá de agua. Así que el domingo, en cuanto comprobé que no llovía, saqué a la carrera a los perros para vestirme en un santiamén y montarme en la bicicleta.

Como salí solo, me decidí a cambiar la ruta de entrenamiento, pensé en subir dos veces a Benahavis. ¿Que cómo se hace eso? Pues fácil, se va de Marbella hasta el cruce de Benahavis, se sube al pueblo, se vuelve a bajar al cruce, y otra vez para arriba. La verdad que circular en bici por la carretera general es cosa que cada vez menos locos nos atrevemos a hacer. Me sigue asombrando cómo un imbécil que tiene el carril izquierdo libre para adelantarme, primero me pita y después me pasa rozando. Los que montan en bici y circulan en coche, se notan, porque te dejan aire suficiente como para no ponerte en peligro. Bueno, esto es lo que hay en un país donde los ciclistas no somos importantes, y después venga salir dándose golpes en el pecho por el cuidado del planeta. Pues sepan ustedes, muy señores míos, que si tuviésemos alternativa de desplazarnos en bici por la ciudad y cercanías, más de uno no cogía el coche ni loco; tal y como están los aparcamientos en las ciudades, la bici es una alternativa real de desplazarse. Este miércoles pasado estuve en Sevilla y pude comprobar cómo la gente se desplaza en bici, tan tranquilamente, por su carril bici, sin sobresaltos, ni atascos.
Bueno, a lo que íbamos, que me puse bien de agua por la que había acumulada del sábado en la carretera. Llegué al cruce sin más novedades que las mencionadas, y empecé a subir con tranquilidad, disfrutando de los paisajes de invierno. La gente se animó a jugar al golf y todo.

Como no hacía buen tiempo, no me tropecé con muchos coches, y pude disfrutar casi en exclusiva de un aire fresco y unos eucaliptos que me pedían en silencio que los respirara, que estaban allí para mí. Logré que mi bici y ellos formaran un único paisaje.

Al pasar por la charca de Las Mozas, no pude evitar bajarme hasta el mismo río, por donde corría el agua de forma brava, incontrolada y llena de barro. Era una gozada estar allí, y encima solo, sin nadie dándome la vara. Qué buen ratito eché. Lo único que me da pena en estas salidas es no atreverme a llevar la réflex; primero porque pesa demasiado y segundo porque se me puede caer y romperse. Así que tengo que tirar de máquina compacta apta para deportes.
De vuelta a casa, para evitar un poco los coches, me bajé al paseo marítimo, una vez pasé río Verde, que parecía el Guadalquivir, con la de agua que traía. Os podéis imaginar el estado del albero del paseo, y la de charcos que había. Cuando me bajé de la bici, después de tres horas y media de darle a los pedales y sesenta kilómetros en las piernas, llevaba barro hasta en … éso. Ducha, comida y una buena siesta. Menos mal que Maite se acordó de comprar el periódico, porque así pude pasar el resto del día leyendo.

Como suele ser habitual en este blog, cada escrito termina con una canción acorde con el texto. Y hoy no iba a ser distinto.

http://www.youtube.com/watch?v=xm61MsXG72o

sábado, 23 de enero de 2010

Buscando colores sobre el mar

En alguna ocasión me han preguntado que cómo me apaño para poder hacer tantas cosas, hasta algún gracioso me pregunta si es que voy a trabajar. Mi respuesta siempre es la misma, muy simple. Si le sumamos a las ocho horas diarias de sueño, incluida la siesta, otras ocho o nueve de trabajo, aún nos quedan siete u ocho horas para comer, hacer deporte, fotos, jugar, leer y muchas cosas más; eso, durante una semana, da para mucho. Ahora, si me pasara cuatro horas delante del televisor, viendo a unos pocos detrás de una pelotita, o una película con mil cortes publicitarios, no tendría tiempo para fotos, karate, bici, guitarra, wii y lectura.

Qué lujo es vivir en un sitio donde aún se encuentra uno lugares donde no escuchar a nadie, donde perder el tiempo detrás de unos colores imposibles, persiguiendo olas, trazando mundos en mi mente.

Del azul al violeta,
de mi mundo al tuyo,
de tu vida a la mía.
Mi corazón en un suspiro
anhelando el roce de tu piel.
Mis sentidos tras tu sabor,
y todo mi ser, buscando tu amor.

Es que no hay nada mejor que imaginar … somos coordenadas de un par.

domingo, 17 de enero de 2010

Un poco de cicloturismo

Pasas un montón de veces por el mismo sitio y siempre vas descubriendo algo nuevo que no habías visto o no le prestaste atención. Hoy he vuelto a subir a Istán, qué remedio, es el sitio más seguro para los ciclistas, de momento. Se ve que los que proyectan las carreteras de por aquí son poco asiduos del deporte de la bicicleta, porque de otra manera no se entiende cómo están desapareciendo hasta los arcenes. Bueno, a lo que iba, que ya ayer me levanté un poco raro, con molestias típicas de un cólico nefrítico suavito, por eso eran solo molestias, que si no... El caso es que hoy andaba por el estilo, así que he cogido la bici y a ver qué pasaba. Con suerte soltaría la arenilla o lo que fuera que me estaba fastidiando.

A las diez ya estaba a punto de salir; camiseta interior, malliot de manga carta y encima otro de manga larga. No hacía mucho frío esta mañana. La verdad es que me apetecía más quedarme en casa, pero hay que entrenar para mi próximo reto en mayo. Entre que tenía el típico cansancio de cuando está uno algo fastidiado, que la bici estaba de barro hasta arriba desde la última aventurita y que las piernas me pesaban como dos pilares de hormigón, me costaba la misma vida que la bici cogiera una velocidad de crucero medio decente. Al final he pensado que me lo iba a tomar como una ruta cicloturista, que de eso es lo que tengo licencia federativa, no de competidor. He sacado la cámara y me he entretenido haciendo algunas fotos por el camino. Empezando por otro autorretrato en el que veo que ya más que patas de gallo tengo de avestruz, que se me está poniendo cara de la edad que tengo y que hay que bajar la papada otra vez. Menos mal que bajo de peso con cierta facilidad, solo con dejar la cerveza y no cenar mucho; sólo, digo, con lo que me gustan ambas cosas.

Hoy había una luz especial para las fotografías, de esos días mágicos en que los contrastes no son muy fuertes y es más fácil sacar cosas con tonos suaves. Mientras iba subiendo podía observar cómo se veía Gibraltar y la costa africana. En un momento dado se veía el pantano encerrado entre montañas, con reflejos en el agua y de fondo un cielo precioso. Y pensar que no cuesta dinero tal disfrute de belleza. Me apetecía subir solo, para estar un rato conmigo.

Los domingos hay muchos ciclistas por esta carretera, es un no parar de gente subiendo y bajando. Casi todos saludan al pasar, siendo los raros aquellos que no lo hacen. La verdad es que disfruta uno un rato bueno entre montañas, árboles y pequeños arroyos creados con las últimas aguas. Mientras subía con la cámara en la mano, cacé a un ciclista que ya bajaba a tope.

He llegado a la fuente del pueblo después de hora y media dándole a los pedales, mucho tiempo, aunque con las ruedas tan anchas que llevo y el cuerpo que llevaba, no puedo quejarme. Si bien no llevaba mucha sed, siempre hay que probar unos cuantos tragos del agua tan fresca y buena que sale de los caños. Lo bueno ha sido cuando me he puesto a hacer fotos con la compacta que llevaba, porque la he metido dentro del agua para hacer alguna foto creativa. La gente que andaba por allí me miraba como diciendo ¿qué hace el loco ése, que se va a cargar la cámara? Las fotos que hace no son muy buenas, pero sí que es una cámara subacuática creada para aventuras, así que la puedo meter hasta diez metros de profundidad, llevarla a la nieve e incluso no le pasa nada si se cae desde un par de metros de altura. Las tres pruebas las ha pasado ya en el año y pico que llevo con ella. No sé si aguantará exactamente hasta los diez metros de profundidad, pero hasta los tres, sí.

No he querido entretenerme más de la cuenta, así que me he montado y he bajado sin parar de dar pedales para que no se me enfriaran las piernas, que es lo peor que te puede pasar, ya que luego no hay quien las mueva. Mientras bajaba, me he tropezado con un antiguo amigo. Al llegar de nuevo a la costa, como no podía hacer la etapa que estaba planificada para hoy, por no estar todo lo fuerte que debiera, he seguido hasta Puerto Banús, he dado un par de vueltas por allí y me he vuelto. He intentado venirme por el paseo marítimo, pero se ve que los Reyes Magos han traído muchas bicicletas a los niños y a los padres de los niños. Entre los críos que van mirando para todos sitios menos para adelante, los que van corriendo, las señoras que se paran para hablar con otras y los paseantes, era menos peligroso circular por la carretera entre los coches, así que he tenido que optar por hacer un tramo por arriba y bajar después al último tramo del paseo. Al final, entre una cosa y otra, he hecho casi cincuenta Km en tres horas; creo que tendré que cambiar otra vez a las cubiertas de carretera, porque si no, a estas velocidades … Pero no ha estado nada mal el paseo, para las sensaciones que tenía al principio de la etapa.

I´m yours (os la pongo con traducción al español, para los que no vayan muy bien con el inglés)

sábado, 16 de enero de 2010

Una mañana en Torrox

Esta noche no he dormido muy bien, no sé, tenía un poco de malestar. Creo que necesito depurarme algo, después de las fiestas siempre pasa igual. Un poco de dieta blanda durante un par de días no me vendrá mal, seguro. A pesar de eso, el despertador comenzó a sonar a las siete y media de la mañana. No me acordé de adelantarlo media hora para poder sacar a los perros, así que le tendría que tocar hoy a Maite Un aseo rápido, uniforme completo de árbitro de karate, sin olvidar la corbata, y a esperar a que me llamase el amigo Tavo para recogerme en coche.

Algo más de una hora de viaje y llegamos al pabellón cubierto de Torrox. Hace fresco en el sitio, pasamos al interior y agradecí la camiseta interior que me había puesto, previendo que, al igual que cuando voy a Ronda, iba a pasar un poco de frío. Saludo a todos los compañeros mientras empieza el evento. El director de arbitraje nombra a los miembros de cada tatami y me toca en el 1, con José Antonio Molina y Pedro Romón. En ese tatami iban todos los críos, por lo que hemos visto katas de niños de hasta cuatro años de edad. Con los más pequeños son con los que más me divierto en estos casos, porque no sabes bien por dónde te van a salir; algunos tienen unas ocurrencias que nos sacan la sonrisa inevitablemente. Cuando llevaba vistas ya cincuenta Heian Shodan, como que ya empezaba a hartarme un pelín. No he contado el total de katas arbitradas, pero seguro que han sido más de cien, entre Heian y Pinan de los niveles shodan a sandan.

Fue terminar y me comí la torta que nos habían dado. Estaba hambriento, pero a la vez pesado de estómago. Afortunadamente mi amigo había terminado también y nos hemos venido tempranito, sobre las doce y media de la mañana. A las dos estaba yo en casa. Comida y siesta prolongada.

Ahora tengo los deberes hechos, he escrito la crónica para la web de mi gimnasio y le he dado un pequeño toquecillo al par de fotos que he hecho allí con el móvil, que no las ha convertido en las fotos que me gustan, pero no había otra herramienta en esta ocasión.
Os dejo con The Rolling Stones. Miss you.

viernes, 15 de enero de 2010

Contabilizando la vida

Algunos días de invierno hago inventario y contabilizo mi vida, sin tener que darle cuentas a nadie que no sea yo mismo. De siempre ha sido una época en la que reflexiono mucho sobre el antes y el después de muchas cosas, de vivencias, de mis compañeros de viaje por la vida. Normalmente sale un saldo acreedor, no puedo quejarme de mi suerte; estoy sano y me río cada día, sin olvidar uno solo.

Siento que estoy en la mitad del camino, miro hacia atrás y veo aguas limpias, amor, paz y preocupaciones que me dan ahora la risa. He llegado a conocer lo que puedo conseguir; ya sé que un loco romántico no puede ganar dinero jamás, pero sí perder el tiempo detrás de una fotografía, de una letra de canción, de un acorde perdido y hallado. Tuve suerte, también me casé con una soñadora y, cómo no, nuestros hijos son artistas soñadores, amantes de la música, de un rato con el amigo o amiga, según se dé el caso; siempre encontramos un rato para perderlo.

Me gustan los compañeros de viaje; nos entendemos, nos respetamos. Hoy he hablado con un viejo amigo, estaba triste por una mala jugada de la vida con un familiar suyo. La verdad es que cuando quiere jodernos, gana la partida. Mirar hacia adelante, eso es lo único que se me ocurre decir en estos casos, aunque sé que es muy difícil. Este año pasado se me fueron dos familiares muy allegados, se les terminó la vida, la consumieron, como todos tendremos que hacer; así que disfrutemos de los que siguen andando al lado hasta que vayamos llegando a la parada de cada uno.

Me gusta la vida, y vivo habitualmente tranquilo, sin sobresaltos, sin agobios, aunque me esté machacando esta maldita crisis. Cuando me quieren pellizcar, cojo una guitarra, una cámara de fotos o una bici, y no noto el dolor; ya tengo la dosis que me hará olvidar el mal que otros me quieren hacer ver.

Os dejo con una canción de amor, preciosa y triste como son muchas de mis preferidas. Un amor que se va de nuestro lado y nos negamos a que así sea, aunque ya no haya remedio. La vida termina cuando dejamos de enamorarnos, así que creo que me queda mucha vida por delante, porque vivo eternamente enamorado.

Después de tanto como me gustabas … De pronto una canción me lleva a ti …

sábado, 9 de enero de 2010

Es que no escarmiento

No tuve bastante el sábado pasado, no. Tenía que caer en el pique con el vecino de mesa de oficina, bastante más joven y entrenado que yo. Es que este Raúl tiene mucha guasa. Nada, mira que lo repetimos hasta la saciedad la semana pasada mientras le dábamos a los pedales –todavía no estás como para subir al Castaño Santo.-

Yo tenía pensado marcarme una Marbella-Benahavís-Istán-Marbella por carretera, una cosita larga pero con un recorrido archiconocido y de pendientes controladas. Pues no, el muchacho: que hay que ver, que para qué le has puesto las ruedas gordas a la bici, que podríamos intentar subir al Castaño Santo. Y aquí está el chulo viejo éste que dice que venga, que sí. Pues menudo soy yo de boca para estas cosas.

El caso es que me levanto bien temprano, les doy un buen paseo a los perros, me dopo con Symbicort para el asma y Otrivin para la nariz atascada, que tengo un resfriado como la copa de un pino, y me pongo con la ceremonia de vestirme, que parezco un torero más que un ciclista para estas cosas. Camiseta, culotte pirata, maillot y forro polar, seguido del chaleco reflectante. Mientras me visto me digo: y un jamón vas a pasar hoy frío. Me bajo ya vestido de faena a la tienda de abajo, me compro un bocata con jamón cocido y una Coca Cola light para tomármelos de inmediato, y un litro de Aquarius para el camino. Ya había comprado ayer unas cuantas barritas energéticas en la tienda de bicis de la que soy cliente habitual. Mientras, llamo al colega, me coge el teléfono que no le sale la voz del cuerpo y, efectivamente, acabo de despertarlo. ¡Será mamón! Venga, a vestirte y dentro de un rato nos vemos en el puente de La Quinta.

Me como el bollo, me pongo los zapatos de ciclista, el casco, los guantes nuevos para estrenarlos, guardo la cámara de fotos compacta y el móvil. Empiezo a dar pedales a las diez y cinco de la mañana. Ya no volvería al mismo lugar de origen hasta las cuatro y cinco de la tarde. Tengo que pasar por mitad del mercadillo de Nueva Andalucía, para coger hacia los campos de golf, primero paso por Los Naranjos, y luego llego al puente de La Quinta. Allí me está esperando Raúl, más contento que un niño con zapatos nuevos, sabía la paliza que me quedaba por pasar. Vamos paralelos a la zona de prácticas del campo de golf, con un río caudaloso a nuestra derecha. Acabo de salir de Marbella y parece que estuviera ya en otro país. Hay agua y verde, mucho verde. Tenemos que pasar por un puente un tanto rústico, por su simplicidad, antes de comenzar de verdad a subir lo peor de toda la ruta.

Hay obras por la zona y nos tropezamos con camiones que suben y bajan por la primera rampa de tierra y piedras sueltas por la que tenemos que trepar literalmente con las bicis. Así no se puede. Con lo que me cuesta subir, y encima tragando polvo a granel. Me tropiezo de frente con uno de ellos y no hay sitio para los dos, así que tengo que echar pie a tierra y ponerme pegado a la montaña. ¿Y ahora quién es el guapo que puede subirse otra vez para pedalear con la pendiente que hay? Tengo que andar un poco hasta que aprovecho cinco metros de menor pendiente y consigo montarme y dar pedales de nuevo. Mi gozo en un pozo, otro camión en la siguiente curva. Esto ya va cabreándome un poco. Pie a tierra y ya subo andando los cien metros que me quedan hasta el lugar donde están cargando piedras los camiones, así podré montarme ya tranquilo y continuar sufriendo por las cuestas, no por el polvo tragado. Raúl sigue demostrando sus avances gracias al spinning y a las decenas de kilos que ha soltado ya a base de machaque en el gimnasio y cuidada alimentación. Yo ya he cumplido nueve días de penitencia sin oler una cerveza, pero todavía me queda suficiente grasa como para echarme una apuesta con una morsa.

Seguimos subiendo, y lo que nos queda. Los paisajes son de cine, con tanto pino verde y alcornoques. Al fondo se ve la Sierra de las Nieves, manchadas sus cumbres de blanco. Se alternan en el camino la grava y la tierra. Yo prefiero esta última, porque la otra me obliga a un sobreesfuerzo con los brazos para controlar la bici. Subo a un ritmo lento, que desespera a mi compañero, que tiene prisa porque ha quedado para comer a una hora concreta. Yo no tengo prisas cuando salgo al monte, así que le digo que cuando quiera puede dar la vuelta y bajar, sin problema, que yo tiro hasta donde haya que llegar o mis piernas lo permitan. De hecho, la mayoría de las veces que he entrenado en bici lo he hecho solo, desde que los hermanos ya no vivimos bajo el mismo techo.

Algunas cuestas se me atragantan y, en alguna ocasión, cuando llego a la zona “suave” de alguna curva donde la pendiente se aminora un poco, pongo pie a tierra y hago una foto. No puedo aguantarme ante vistas tan maravillosas. Otro buen repecho subido.
Pasamos por la casa del guarda y nos saluda un perro San Bernardo que, afortunadamente, está atado. Me dice el compañero que ahora empieza lo bueno, ¿más todavía? Siempre me ha puesto nervioso no saber cuánto y cómo es el camino que me queda hasta el destino, por aquello de dosificar más aún, si cabe, porque mi velocidad es como para caerse de la bici, por lento, claro. Después de unas tremendas rampas parece que viene un tramo de tierra más llevadero, o al menos me lo parece.

El compañero de ruta decide dar la vuelta a falta de unos tres kilómetros para llegar al destino, pero claro, con el ritmo que llevo, no le da tiempo a acompañarme, así que me deja con dos muchachos que también van subiendo y después de decirme que me dé la vuelta, que no voy a dar con el gran castaño, le digo que sigo. Anda que no soy cabezón yo ni nada para estas cosas. Los muchachos tardaron poco en dejarme atrás, subían a un ritmo imposible para mí. Continúo lo que yo creía que me faltaba, pero no doy con el castaño famoso. De lo que sí me doy cuenta es que no llevo puesto el guante de la mano izquierda. La madre que me trajo, ya lo he perdido al quitármelo para hacer la última foto; y los voy estrenando, bueno, los iba estrenando, porque ya solo me queda uno. A la vuelta lo encontraría, seguro, pensé. Harto ya, emprendo el camino de regreso. Solo tengo unos cuentos repechos que subir, el resto es pura bajada. Voy mirando todo el rato a ver si encuentro el guante, más que por nuevo, porque se me está quedando la mano congelada. Pero no, al llegar al último sitio donde recordaba haber hecho una foto, busco pero no encuentro. Así que decido que para casa, que mala suerte, total, ya no noto los dedos, así que a bajar rapidito pero con cuidado de no pillar derecho para algún barranco. Me esperan muchas eses con el mar de fondo.
Lo que cuesta subir y lo rápido que se baja. Agradezco los frenos de disco, porque el camino pierde altitud a mayor velocidad de lo que puedo controlar, sobretodo entre las piedras. Cómo echo de menos mi ropa de esquí; me estoy quedando congelado. Han pasado una multitud de quads y motos de campo, ahora solo quedamos mi sombra y yo.

Cuando me quiero dar cuenta, ya estoy de nuevo en el puente de La Quinta. Ahora solo faltan 13 Km para casa. Decido estar el menor tiempo posible entre los coches, así que en cuanto puedo me bajo para el paseo marítimo y regreso por él. Llego al destino, cansado y feliz por la paliza que me he pegado. Atrás quedan 55,5 km, 5 horas reales dando a los pedales y 5.131 calorías quemadas. Ahora queda ducha, comida y a escribir lo vivido antes de que me venza el cansancio y solo me queden ganas para acostarme. Creo que tengo un poco de fiebre, he pillado más frío del que me hubiese gustado.
Ando solo por el mundo por tu cariño embrujao ...

domingo, 3 de enero de 2010

Primer raid del año

El segundo día de este año he querido hacer un recorrido precioso entre montañas. Ya había quedado con Raúl para hacer la ruta que sube de Marbella a Istán, por carretera, para coger después e introducirnos por caminos en la Sierra de las Nieves, salir cerca de Monda y bajar a Marbella por carretera. Un total de 55 km de darle a la bici y, en mi caso, empujarla durante un rato por unas rampas en las que se quedaron asfixiados mis cuádriceps, negándose a hacer cualquier flexión que tuviera que ver con el pedaleo. Fue duro, pero ya me conocéis y sabéis que me va la marcha; y como el cuerpo todavía me lo permite, pues disfruto con estas pequeñas aventuras.

Eran más o menos las diez de la mañana cuando salí de Marbella, equipado con un culote pirata, para que no se enfriaran las rodillas; una faja para los riñones, que mantuviera caliente mi dolorida zona lumbar; camiseta interior, maillot y chaleco reflectante amarillos para que se me viera bien por la carretera, pulsómetro, casco y guantes; ah, y el nuevo móvil y la cámara de fotos compacta. Como reserva de gasolina eché una bolsita de almendras garrapiñadas y un Red Bull. Para no perder la costumbre de olvidarme siempre de algo, no llevaba agua en los bidones.

Llegué al punto de encuentro con Raúl, en la desaladora, y empezamos a subir las primeras cuestas camino de Istán. Estaba todo precioso, con mucha agua después de tantas lluvias. La prueba de fuego, la rampa que lleva al paso por debajo del puente de la autopista, la subí tranquilo y con mucha confianza. Arriba me estaba esperando Raúl preparado con la cámara de fotos para sacarme justo al final de una curva en rampa. Le oigo decirme que no queda espacio para más fotos. Yo le digo que es imposible, que solo tiene hechas un par de fotos. Me pongo a pensar y me temo lo peor, efectivamente, me he olvidado de meterle la tarjeta después de descargar unas fotos, y se ha quedado en casa. No importa, voy estrenando móvil con cámara de 3,2 megapílxel, que me han dicho que hace unas fotos bastante buenas, así que problema resuelto.

El pantano está lleno y por seguridad está funcionando un aliviadero. El agua se encuentra de color marrón por la entrada de las aguas procedentes de riachuelos y torrentes, que arrastran el barro arrancado por las fuertes lluvias.

Una vez pasado el pantano, sobre un kilómetro más, en una curva hay una fuente, cuya agua es algo dura, pero que sirve para llenar al menos un bidón por si me entra sed por el camino. Raúl va sobrado de fuerzas, se encuentra muy ligero con sus setenta y pocos kilos y sus entrenamientos de spining. Yo sigo encontrándome fuerte. Hablando y contemplando el paisaje sin dejar de dar pedales, llegamos a Istán; en las últimas cuestas he empezado a notar un poco de calambres en los muslos, cosa que no me gusta demasiado. La fuente tiene todos sus caños derramando agua fría y buenísima. Vuelvo a cometer otro error, solo lleno uno de los bidones de medio litro, pensando que es más que suficiente hasta una venta que hay en los Llanos de Pula, entre Monda y Ojén. Le pedimos a un ciclista, un señor ya muy entrado en años, pero que conserva aún el amor por la bicicleta, que nos haga una foto delante de la fuente.

Me bebo el Red Bull que llevo en uno de los bolsillos traseros del maillot y partimos de nuevo, antes de que se enfríen las piernas. Pasamos entre los puestos del mercadillo y cogemos el camino que lleva al polideportivo, con una cuesta que ríanse ustedes del Anglirú. Al llegar arriba, cogemos un camino asfaltado, que pasa por el nacimiento que abastece de agua a la ciudad. Ya no nos encontraremos apenas coches durante casi 20 km que tiene el camino que nos llevará a la carretera que baja a la costa. Raúl se divierte haciendo caballitos y mirando unos paisajes de película.
Llegamos al cruce donde hay que tomar un carril de tierra que nos llevará por detrás de Juanar. Empieza lo bueno, esto ya son cuestas de verdad entre piedras, algo de barro en las zonas sombrías y charcos. Ya tengo que meter el tercer plato y tomarme las cosas con tranquilidad; empiezan los calambres en las piernas, pero sigo subiendo y bajando toboganes. Pedaleamos entre árboles, con vistas a dos sierras, una a cada lado del carril.
Raúl dice que se encuentra tan bien, que seguro que se le va a hacer corto el camino, que él esperaba algo más duro. Es lo que hace la juventud, que no conozcas aún los límites. Yo le digo que se lo tome con calma, que aún queda mucho. Llegamos a un riachuelo y empieza un tramo muy empinado que nos llevará a un cruce de caminos, que te da la opción de ir a Monda o a Tolox. No llevo mucho subiendo con el desarrollo más suave que me permite la bici, cuando se me quedan las dos piernas como dos palos, no pueden hacer flexión para pedalear. Es tan grande el dolor, que tengo que parar de inmediato, no puedo hacer una sentadilla, ni tan siquiera un ligero estiramiento de cuádriceps; se han asfixiado, necesitan recuperarse, así que solo es cuestión de unos minutos. Aprovecho para tomar unas almendras y beber un poco de agua. Consigo flexionar ya las piernas y dar unos pasos, así que comienzo a caminar empujando la bicicleta durante un buen tramo. Estamos pasando por detrás de Juanar y aprovecho un ligero descanso para dejar testimonio mediante una foto.

No sé cuánto queda con exactitud, ya que este camino lo he hecho en otras tres ocasiones, pero la última de ellas fue hace más de diez años, así que no me acuerdo cuánto queda antes de comenzar la bajada. Empiezo a hacer tramos de cuestas en bici y otros andando, cuando me vuelven los fuertes dolores. Así llegamos al cruce, donde hay un cartel que nos indica que “solo” faltan 9 km hasta Monda. Le hago una foto a Raúl, con vistas al tremendo desnivel que acabamos de superar. Ya sé que no nos queda mucho para empezar a bajar. Así que me animo y me vuelvo a subir en la bicicleta.
Al pasar una curva, encuentro una vista digna de las que aparecen en las revistas especializadas en paisajes y montañismo. No puedo evitar bajarme de la bici y hacer esta foto que aquí os muestro.
Paso otra curva y me encuentro ya con la bajada, qué alegría, siento el aire fresco pegándome en la cara, pasando por unos campos verdes, con la sierra al final. No parece que esté en Andalucía, más bien podría tratarse de un valle en los Pirineos. La bajada tenemos que hacerla con algo de cuidado, ya que hay mucha piedra en el carril de tierra. Yo sigo por encima de la huella dejada por el neumático de algún coche. De repente nos encontramos con que el carril está ya asfaltado, así que aligeramos en cuanto a velocidad. Así hasta llegar al cruce con la carretera principal que baja a la costa. Raúl ya empieza a sentir calambres en sus piernas. Ya está tomando conciencia de dónde estaba su límite. Nos quedan unos 14 km, los dos primeros de falso llano, el resto es una gran bajada por carretera muy bien asfaltada. Llegamos a la venta de los Llanos de Pula y … está cerrada. Noooo, tengo los labios pegados de secos, me falta glucosa, he consumido ya más de 4.500 calorías, según me indica el pulsómetro. No hay ni una sola fuente por los alrededores. Me acerco a un matrimonio que andaba por allí con su hija pequeña y les pregunto por algún grifo o fuente cercana que funcione, ya que los puntos de agua de la zona de recreo están anulados. Me dice la señora que no, pero no sé qué cara me vería, que me ofreció la única botella de agua que llevaba y me preguntó que si quería beberme algún zumo o algo. Le di las gracias, por una vez debería olvidarme de los buenos modales y haber aceptado un zumo de frutas para recuperarme algo, pero no, solo acepté que me llenase medio bidón de agua, un vaso. Empezamos a pedalear de nuevo, ya no paran los dolores, es algo insoportable, le digo a Raúl que tire un poco de mí, pero no conoce muy bien la técnica del gregario y se lía a darle más fuerte a los pedales. Llega un momento, a falta de unos doscientos metros para empezar a bajar a Marbella, en que me tengo que volver a bajar de la bicicleta y empujarla, ya que andando se me aliviaba algo el dolor. Arriba empieza un falso llano para enseguida comenzar a bajar a buena velocidad. De contento saco el móvil y empiezo a hacer fotos. Primero una de Raúl bajando a tumba abierta.

Después me hago un autorretrato, sin parar, y otra de la carretera en toda su longitud, con el sol y el mar de fondo. Me pasa un coche azul, el niño del asiento trasero me saluda muy efusivamente; se parece a mi sobrino Jesús. Por la noche, cuando hablo con mi madre, me dice que mi hermano Cristóbal le ha dicho que me había visto bajando por la carretera de Ojén, suelto de manos haciendo fotos, que me iba a matar. Mi madre ya no se asusta de oír estas cosas. Era él con su hijo, en el coche, que iban a visitarla.

Al llegar abajo, aún le quedaban a Raúl 10 km para llegar a su casa. Paró, quería comprar gominotas o algo dulce, iba cansado y necesitaba gasolina su cuerpo. Le llamé por la noche para ver cómo había llegado y qué le había parecido el recorrido. Estaba cansado, pero feliz por la experiencia.

Mis números de esta aventura han sido: 4 h 50 minutos reales de esfuerzo, el resto se fue haciendo fotos; una velocidad media de 11,30 Km/h; un máximo de 193 pulsaciones por minuto; 156 pulsaciones de media y 4.853 calorías consumidas. Cuando subí a casa eran las seis de la tarde. Ducha, comida y siesta. Hoy estoy como nuevo. Esto es vida.

sábado, 2 de enero de 2010

Una aventura ciclista nocturna

Este título es el que le gustaba al protagonista, así que se merece que lo ponga. Resulta que tenía pensado desde hace algún tiempo salir en bici de noche con mi hijo, y ayer, primero de año, fue el día elegido. Cuando le conté lo que íbamos a hacer, se quedó encantado. Una salida en bici, con luz frontal, los dos solos, hasta un bosque medio abandonado donde hay un torreón muy antiguo.

Metimos los frontales en mi mochila, cogí una cámara de fotos, inflamos las bicis, y a la calle. Nos iba anocheciendo por el camino, tuvimos que llenar un bote de agua de una de las fuentes, y no paramos hasta que llegamos a nuestro destino. Allí había que usar ya nuestras linternas para poder entrar en ese oscuro y desierto bosque. Javi estaba muy decidido, así que nos quitamos los cascos, nos pusimos los frontales, vuelta a poner el casco cada uno, y para adentro. La verdad es que prácticamente no veíamos nada, ya que la del niño era un frontal con un solo led. La mía tiene tres leds, pero de baterías iba bastante flojita. Dimos una vuelta por ahí dentro y decidimos volver hasta el próximo destino: el puente de madera del Marbella Club.

El puente estaba totalmente a oscuras, pero nosotros podíamos iluminar el paso sin problemas. Allí disfrutamos viendo una luna preciosa, enorme, que aparecía por encima de la sierra. Es en esos momentos, contemplando el mar, la luna y las luces de Marbella, cuando uno se olvida de que en el mundo hay problemas y estamos dándonos un beso en la boca con la vida.

Después de relajarnos y empezar a notar el fresquito de la noche marinera, empezamos de nuevo a dar pedales. Ya solo paramos una vez para que el campeón pudiera beber agua de mi bidón. Fueron dos horas preciosas entre padre e hijo. Él llegó a casa y se lo contó a su madre con esa ilusión que solo los niños saben poner en las cosas que van descubriendo.

Me haces tanto bien, Javi. Y tu hermana también. Ahora estás pasando por la etapa que viví antes con ella.

viernes, 1 de enero de 2010

El último chapuzón del año

Ya se ha convertido esto en una costumbre, lo de bañarse el último día del año, para dejar en el agua del mar todo lo malo, lo negativo; lavar el alma y salir con buen corazón y salud de hierro para afrontar el nuevo año. Me metieron el gusanillo los Sánchez Ibáñez, junto con el amigo Chico. Ayer no pude bañarme con ellos, porque ya había quedado a otra hora con Raúl, colega del Estudio, que quería bautizarse en tal actividad, o locura, como dicen la mayoría.

En el momento de llegar a la playa, nos llovía un agua fina y fresca que se metía en los huesos. Había que salir del coche ya en bañador, sin más ropa, para que no se mojara la que teníamos puesta. Una ligerita carrera por la playa, que hubo que abandonar pronto, porque en vez de entrar en calor, cogíamos más frío por el viento que hacía. Así que, para el agua, a darse unos pocos de chapuzones purificadores. Los minutos que pasamos entre las olas, fueron muy divertidos, ya se pasó la primera impresión de congelarse y nos dio la risa. Cuando salimos teníamos hasta calor, así que imaginad cómo estaba el agua. Lo peor son los pies, porque crees que se te van a caer las uñas. Por lo demás, estupendo. La verdad es que ya me he acostumbrado, porque este año pasado me he estado bañando todos los meses del año, acompañado por mis perros, que les gusta el mar tanto como a mis hijos y a mí.

Hoy me encuentro estupendo, con muchas ganas de vivir y de seguir haciendo lo que se me pase por la cabeza, aunque sean algunas “locuras” de éstas. Como novedad, por fin he podido establecer un poco de comunicación con una muy antigua amiga rondeña, persona tan querida como distanciada por la vida, que siempre se empeñó en poner grandes ríos insalvables de por medio. Espero que se pueda establecer de nuevo un lazo irrompible de amistad.

Feliz año nuevo a todos. Un abrazo muy fuerte de este viejo y loco soñador.
Creo que he visto una luz al otro lado del río … sobretodo creo que no todo está perdido.