martes, 22 de julio de 2014

Tres fotógrafos en la luna


A veces los planes cambian a mejor. El viernes pasado se suponía que teníamos que ir unos amigos fotógrafos a ver una exposición; una de las personas que vendrían tuvo obligaciones laborales que le impedían asistir, así que partimos dos dirección primer destino. Imposible aparcar en ningún sitio, todo repleto de coches; terminamos bien lejos y tarde de donde pretendíamos ir. Primer cambio de planes y decisión de tomar algo mientras se nos unía nuestro amigo rondeño, que venía de camino.

Y llegó Edu, venga, a ver la Luna Mora de Mijas, sin saber bien qué nos encontraríamos por allí. Aparcar el coche y llegar hasta el lugar, fue tarea fácil, ya armados cada uno con una cámara de fotos y muchas ganas de disparar. La atracción principal en estos casos son las velas dando luz a la oscuridad de la noche.


Sería la penumbra, el ambiente, que me hacían ver en ocasiones figuras difuminadas.


Cada uno de nosotros buscaba el mejor de los encuadres.


Y siempre que hay una mujer, hay una modelo.


Arte tiene mi amigo no sólo para hacer fotos, sino para todo lo necesario en esta vida. Bonita escena montó a la luz de la fuente. Fue divertido hacer la foto.


No podía faltar música mora en una noche así. Un auditorio repleto escuchaba el buen hacer de unos músicos.


Por supuesto que nos llevamos unas pocas de fotos, desde todos los ángulos posibles.


La temperatura de la noche era ideal, ni frío, ni calor.


Llegaba la hora de un descanso, había estado pasando el tiempo, pero nuestros relojes seguían parados. Y la cámara siempre atenta al menor de los detalles. Una mirada, una expresión de cualquiera, suponía la foto.


Y así podríamos cantar aquello de -y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres- porque fueron las horas que nos dieron allí. La increíble anécdota de la noche fue cuando nos despistamos y anduvimos una hora perdidos por el pueblo. Ni el policía local que nos indicó el camino al parking podía creerse que vagásemos perdidos por allí. Todo ésto, claro, andando por las calles vacías y con unas ganas de guasa que no podíamos con ella, por la situación; bueno, Elvira era quien llevaba la peor parte, por aquello del dolor de pies que dan los bonitos zapatos femeninos.

Entre bromas y risas, terminamos con la noche más que avanzada, consiguiendo llegar cada uno a casa con la impresión de haber pasado una buena noche de amigos, compartiendo nuestro amor por las fotos.

Anduvimos por la luna.



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