ENERO.
El año lo comencé en Cuba, donde pasé un mes a lo cubano, de paseos y gestiones. Fácil adivinar que esto fue un día por el malecón habanero con Zenia y Nacho.
Por supuesto que pude también disfrutar de mis niñas cubanas, sabiendo que no son muchas las ocasiones que tenemos para vernos en persona; afortunadamente, WhatsApp sí que sirve para poder verse las caras.
FEBRERO.
Este mes fue bastante raro y duro. Lo empecé con paseos y entrenamientos, y lo terminé necesitando de mi hijo Javier para poder salir de la bañera, porque no tenía nada de fuerzas, pero nada; algo no iba bien.
MARZO.
Mi hermano Ángel tuvo que llevarme a urgencias de una clínica de Málaga, incapaz de poder moverme y orinando un líquido oscuro, que no anunciaba nada bueno. Allí me metieron en la UCI y empezaron pruebas de todo tipo, ya con una sonda del 18 haciéndome limpieza permanente de la vejiga; en principio tenía pinta de ser una enfermedad tropical, así que a mandar todo tipo de muestras a un laboratorio especializado; y después de dos semanas ingresado, llegaban los resultados, negativos; saltaron las alarmas, una aspiración de la médula ósea, en la pelvis, y al día siguiente me dieron a elegir el hospital para tratarme de urgencia de una leucemia promielocítica aguda. De repente el barco comenzó a hundirse y el agua a rebasarme el cuello; por el gesto grave de los médicos, la cosa estaba muy peligrosa. Por allí andaba ya mi hermana, que me acompañó en la ambulancia hasta el hospital universitario Virgen de la Victoria. Nada más llegar, me metieron en una habitación de doble aislamiento y de inmediato se presentó una hematóloga para sacarme una muestra de sangre y explicarme de qué se trataba lo mío. Esa misma noche empezó el tratamiento. Al día siguiente era el día del padre y me visitó mi hija Teresa para quedarse unos días cuidándome allí.
Estaba realmente enfermo, la leucemia trae siempre una serie de "regalos" adicionales; a mí me regaló una neumonía, entre otras cosas. A todo esto, mi esposa todavía en Cuba, sufriendo por la situación. Si os soy sincero, creí que me mudaba ya de barrio, al otro, al oscuro. En cuestión de muy pocas semanas perdí diecisiete kilos, tenía fuertes dolores de todo tipo y en todo el cuerpo, según donde se iba metiendo el veneno, la quimioterapia, de la que me dieron las cuatro dosis, en días alternos, lo que se llama inducción; la idea es dejar completamente limpia la médula, de células malas, el tema es que también hay daños colaterales con las pocas que están bien.
El día 22 aterrizaban en Málaga mi esposa y nuestro hijo pequeño. Recuerdo que me mandó mi hermana la foto y empecé a llorar sin control, pero de alegría. Mi hermano Christian y mi cuñada se habían encargado de limpiarme la casa y dejar la compra hecha para que ellos pudieran alojarse tranquilamente.
He evitado todo tipo de reuniones, pero una comida en casa de Miguelange y Montse, con todos vacunados, salvo yo, y con las garantías de las que se puede gozar a día de hoy, no se podía rechazar.
Y así ha ido pasando un año en el que he conocido la resistencia del cuerpo ante dolores desconocidos, alegrías y penas, pero siempre plantando cara a la dura realidad, que a veces te besa y otras te golpea duro.
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