domingo, 4 de mayo de 2014

Subida a El Boyar


No se nos ocurrió otra forma de emplear el día del trabajador, que irnos a hacer parte del recorrido de La Sufrida y así conocer el puerto de El Boyar. El punto de encuentro fue la venta La Vega. El personal llegaba con ganas de pedalear por el maravilloso entorno de la sierra de Grazalema. Aquí mis dos compañeros de jornada: Miguelange y Juan, ambos profesores de instituto y amigos desde que coincidieran en uno de ellos.


Cogimos carretera de Sevilla, y de ahí el desvío a Grazalema. El primer destino era el puerto de Los Alamillos.


Ya en los primeros tramos empezamos a disfrutar del paisaje.


Los primeros kilómetros se iban pasando con suma rapidez.


Miguelange es de los que se pican hasta con su sombra, cuando se trata de subir.


En un rato estábamos ya arriba, en el cruce. Yo aún no había quitado el plato grande; nos sentíamos fuertes.


Cogimos a la izquierda, dirección Ubrique, a tope.


Esta zona es muy tranquila para pedalear. Por cada coche que nos tropezamos, encontramos a diez ciclistas. Por no hablar de las ovejas.


Juan no se escapó de la cámara de Miguelange, a su paso por un tramo de flores silvestres.


Aquí no se escapó ninguno de salir retratado.


Pasamos tan rápido por Villaluenga del Rosario, que ni tiempo hubo para sacar la cámara de fotos. Ya el próximo pueblo sería Benaocaz.


Poco antes de llegar, hay una fuente con un gran chorro de agua, que aprovecharíamos para llenar los botes con agua fresca.


Juan llegaba después de no haberse podido resistir a fotografiar un paraje que acabábamos de pasar.


Hasta ahora habíamos circulado por toboganes. La bajada a Ubrique no permite ninguna licencia, hay que ir con los cinco sentidos puestos en la carretera, ya que hay un tramo de bajada con curvas cerradas muy exigentes. A muy buena velocidad llegábamos al cruce que nos llevaría a la subida fuerte del día.


Todavía estaban las piernas frescas y las ganas intactas como para darle fuerte a los pedales.


Dejamos El Bosque, ya íbamos subiendo. Solo hay que ver la diferencia de velocidad entre nosotros y el ciclista que baja en la foto.


Sería un tramo de subida continua hasta el pequeño descanso que hay en forma de bajada llegando a Benamahoma.


A partir de aquí se terminaron los descansos, tocaba subir y subir hasta coronar el puerto. El paisaje ayuda mucho, eso sí.


La primera vez que subo un puerto, el no saber dónde y cuándo termina, hace que me despiste y no sepa si hace falta comer algo más, o si ya queda poco. Paré en esta fuente, que resultó estar seca, para tomar un gel. Y ya que puesto, por qué no hacer un autorretrato, a falta de compañero, porque los dos elementos habían tirado para arriba como dos cohetes y no tuve forma de cogerlos, haciendo toda la subida en solitario, por muchos ciclistas que habían entrenando en la zona.


Pues como siempre suele pasar, ya quedaba poco para llegar arriba.


Por fin. La alegría fue inmensa. Un gran puerto, peleón, sin desorbitadas pendientes, pero muy constante y sin dar un respiro.


Una tremenda bajada hasta Grazalema.


Todavía tuvimos que subir el puerto Los Alamillos, pero eso ya era pan comido después de lo que acabábamos de escalar. La vuelta al lugar donde estaba el coche, se llevaría a cabo sin darle respiro al plato grande. Y luego, lo que siempre se hace al terminar una jornada ciclista de estas características: unas cervezas con unas buenas raciones para recuperar el cuerpo.

Una gran jornada ciclista en compañía de dos grandes aficionados a las dos ruedas. El perfil habla por sí solo.


Y ya que éramos tres los que salimos, pues pongo la canción de estas tres chicas revoltosas.


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