sábado, 16 de febrero de 2013

Subida a El Lastonar

Otro reto para Maite y Javier. No habían estado nunca en El Lastonar, con sus casi 1300 metros, y antes de subir hasta allí está la duda de cómo reaccionará uno la primera vez que pasa el Salto del Lobo, donde algunos se dan la vuelta al ver el terraplén que tiene a ras de la vereda.

Dejamos el coche cerca del refugio de Juanar y comenzamos el camino con bastante frío y viento, pero ya con la mirada puesta en la cima de la Cruz de Juanar.


Todavía no había empezado la primera cuesta fuerte, así que los ánimos estaban intactos y llegábamos al cruce que indica el camino hacia La Concha.


Pronto nos metíamos en el bosque de altísimo pinos.


Comenzábamos la subida por detrás de Juanar, que la terminaríamos antes de lo que Javi esperaba.


Una vez de nuevo en camino más suave, el frío aún no nos había abandonado.


Después de recuperar fuerzas con un buen bocadillo, llegábamos al Salto del Lobo, donde nos íbamos tropezando con más excursionistas.


Una vez pasado, Maite volvía a recuperar la sonrisa y la tranquilidad. Por encima de su cabeza se adivina la estrecha vereda por la que acababa de pasar.


Justo pasado este tramo, se vuelve a tener unas vistas impresionantes de Marbella y toda la costa Este, aunque en esta foto no se aprecie ésto último.


Aquí la amiga se iba haciendo más grande que las montañas.


Y nos empezamos a encontrar con los amigos de Benaoján, que también habían venido con el objetivo de visitar La Concha, que queda como a una hora de camino después del Lastonar. Aquí la amiga Noelia y otro compañero montañero.


Desde estas alturas se domina hasta Sierra Nevada.


Vaya, nos encontramos también con más amigos. Aquí mira Alicia, una buena montañera, siempre en forma.


Un grupo de conocidos y amigos camino de la cima, cresteando.


Maite y Javier me esperaban en la cima, encantados por los paisajes que les rodeaban.


Al Oeste encontré esta pequeña ventana desde donde se podía ver el pantano.


Y cómo no, yo también quise dejar huella de mi paso por la cima del Lastonar.


Y desde allá arriba, miramos la vida.


domingo, 10 de febrero de 2013

Homenaje al sensei Gustavo Reque

Hace algún tiempo que Bauti le venía dando vueltas al asunto: teníamos que darle un homenaje como agradecimiento a tantos años dedicados a enseñarnos el camino, el Do, a nuestro sensei Gustavo Adolfo Reque Cereijo, cinturón negro 7º dan de kárate por la R.F.E.K. En lo que a mí respecta, empecé a recibir sus enseñanzas hace 28 años; hoy día, aparte de ser amigos y haber compartido buenos momentos, tanto deportivos, como artísticos, ya que es un buen guitarrista y hemos tocado juntos en algunas ocasiones, además de buen fotógrafo; sigo escuchando sus buenos consejos para emplear dentro del dojo como karateka, y fuera de él, como persona.

Este pasado viernes, entró en nuestra clase de veteranos, donde todos estábamos en seiza, y él se disponía a empezar a hablar, cuando se le interrumpió y se le dijo que él no iba a dar clase ese día y que tomábamos nosotros las riendas. Fue entonces cuando se quedó mirando para el lugar de los sempais, donde advirtió que estaba toda la cúpula del Zen.


Aquí ya empezaron las risas de complicidad entre sus alumnos, que sabíamos perfectamente lo que iba a ocurrir.


Se levantó Bauti, uno de los más antiguos alumnos y que también fue hace unos años profesor en el Dojo, e hizo entrega del primero de los regalos.


Sensei, sorprendido, miraba a los sempais.


Qué mejor regalo que una katana para un maestro de artes marciales.


El segundo obsequio lo entregaría Jaime Boch, también de los primeros alumnos del Zen a la par que profesor de los jóvenes, la persona con la que yo entablé conversación la primera vez que bajé las escaleras al Dojo y a la que no le hizo falta mucho para convencerme de probar a hacer kárate. Acababa de terminar la universidad y empezaba a trabajar, así que quise llevar a cabo una de mis ilusiones de siempre: practicar artes marciales.


Para que nos recuerde cada día, se le entregó una foto con casi todos los cinturones negros del Zen, y digo casi todos, porque algunos no pudieron asistir por diversos motivos el día de la foto, que por cierto nos la hicimos un sábado por la tarde para que sensei no se enterara de nada.


Kike acabó de distribuir el último de los obsequios. Fue el elegido para ir llevando los diferentes regalos a los tres alumnos más veteranos que allí se encontraban. A mí se me encomendó lo que os podéis imaginar: hacer las fotos del evento.


La persona que haría la tercera ofrenda fue quien me enseñó a atarme el obi, eterno cinturón marrón, grado que ya ostentaba cuando aparecí yo por allí la primera vez sin ser ni tan siquiera cinturón blanco, pero que es uno de los karatekas más emblemáticos del Zen. Hablo de Juan Antonio Manzanares.


Sensei ya no podía más de emoción.


La cúpula empezó lo que sería una ronda completa de agradecimientos.


Hasta el compañero Bernard Fay apareció, directamente desde el aeropuerto, ya que volvía de un viaje de trabajo, y por eso no se pudo vestir de karateka, aunque sí asistir desde la sala de entrenamiento, al evento.


Sensei estaba ya pletórico de felicidad.


El evento estuvo lleno de emociones, sonrisas y lágrimas.


El amigo Manzanares venía preparado con un bonito discurso, dejando a todos sumidos en el más profundo de los respetos.



Hasta estuvo presente un antiguo alumno, José Ogalla, que quiso decir unas palabras en momentos tan señalados.


Magnífica vista la que presentaba el dojo,


Y para terminar, la foto final, que no la pude hacer yo, porque obviamente tenía que salir en ella y estaba por allí quien podía hacerla.


Uno de los cantantes al que más he oído interpretar al sensei, es Joaquín Sabina, así que la canción de hoy será de este maestro de letras tan cercanas.


martes, 5 de febrero de 2013

Un domingo ventoso

De todo se puede sacar algo positivo, hasta de un domingo con un viento insoportable, pero que ayudaba a componer fotos y a disfrutar con los perros en una playa solitaria. Estos tres se lo pasaron de miedo.


El mar siempre está ahí de compañero, haga el tiempo que haga. Su contemplación ayuda a recuperar energía positiva.


Deporte favorito de mi negra: que le lance piedras bien lejos para ir en busca de ellas y volver al galope.


Quién me decía que el bulldog francés es una raza que no puede correr. Este nuestro no para, es rápido y le gusta juguetear corriendo con los compañeros.


Creo que en esta foto se puede apreciar perfectamente el viento levantando la arena.


Hubo un momento en que creí que Poncho salía volando en una de las rachas fuertes.


En días así es como si alguien se hubiese encargado de alisar la arena, quedando muy expuesta cualquier huella.


Una pisada, una huella.


El mimosín tuvo que ser protegido, molesto como estaba.


Las gaviotas hacen dibujos en el cielo, normalmente son formas circulares, como metidas en un túnel del que quisieran escapar.


El mar forma rizos en la superficie, formando pequeñas barreras al sol que lo ilumina.


Termino la entrada con el carita de bueno, aunque es totalmente anárquico, va a su aire sin gobierno que le mande.




domingo, 3 de febrero de 2013

Con Javier por el centro de Marbella

Este viernes hubo una buena oportunidad para compartir una mañana de trabajo con mi hijo. Tenía que hacer varias gestiones por el centro y eché de paso una cámara de fotos para disfrutar mientras iba de un lugar a otro.

Primer lugar de visita: un banco del centro, pasando por la calle San Juan de Dios, donde hay pequeños comercios y una hermosa capilla.


La estatua del caballo, con su amazona de pelo ondulado pétreo, adelantándose a unos árboles de la alameda.


Un buen rodeo para ir a la avenida del Mercado, no sin antes pasar por la cestería que recuerdo desde muy niño.


Bajar por calle Aduar, con poca prisa, donde el colorido nos recuerda que estamos en el Sur.


Paso por la plaza de Los Naranjos, con reflejos en su fuente antigua, calle Nueva a la espalda de mi acompañante.


Y cómo no, pasar por Ortiz de Molinillo, aunque fuera desde su esquina Sur.


Con la vista tan bonita que presenta la iglesia desde aquí.


Calle Viento, con la fachada derecha repleta de preciosas flores.


Y qué buen escalón hay justo antes del Museo del Grabado. Mi compañero aguantó estoicamente todos mis caprichos fotográficos. Un salto a la vida.


Una versión que no había oído de una de mis canciones favoritas.