miércoles, 9 de septiembre de 2015

Alta montaña en fin de semana


Quien me conoce sabe que no hace falta que me toquen las palmas para emprender cualquier aventura deportiva que se me proponga; así que no pensé ni un segundo en decirle que sí al amigo Andrés, cuando me propuso acompañarle en la subida al Mulhacén partiendo del inicio de la vereda La Estrella, en Güéjar Sierra.

A las seis de la mañana me recogía en coche y poníamos rumbo a Granada. Como me suele ocurrir antes de cualquier viaje o aventura, no pegué ojo en toda la noche. Un copioso desayuno en Riofrío nos daría las primeras fuerzas del día, con el sol queriendo aparecer a nuestras espaldas.


Sobre las nueve y media empezábamos a andar por la vereda de La Estrella, que discurre paralela al río Genil.


En poco más de una hora veríamos a lo lejos las majestuosas cimas de Alcazaba y Mulhacén. En la foto os he puesto los principales puntos con sus alturas.


El paso que llevábamos era bastante alegre, probablemente por las ganas que había.


Dos horas de camino y ya por las minas; abandonada la explotación en 1957, solo quedan las ruinas de lo que fueron. Los minerales eran siderita, pirita y calcopirita.


Las previsiones meteorológicas no invitaban al optimismo, dando lluvia e incluso tormentas. De momento íbamos mirando el cielo, con cierto recelo.


A los 7,5 Km de camino se pasa el río Guarnón, que trae las aguas desde el mismísimo Veleta.


A partir de ahora, el río que seguimos es el Real, que al unir sus aguas con el Guarnón, forman el Genil. Una vez terminada La Estrella, tras unos 11 Km de caminata, cruzamos el río, que siempre hemos llevado a nuestra izquierda y subimos la primera pendiente fuerte del día, para pasar a la otra ladera.


Bajamos hasta el cauce del río Valdecasillas, que nace de la misma laguna La Mosca. Lo iremos dejando el resto del camino a nuestra izquierda.


Hora de parar a comer para reponer fuerzas, antes de afrontar lo más abrupto y pendiente de la ruta. Como agua, la del mismo río, con una pastilla de sales minerales de las que uso para cuando hago rutas largas de ciclismo. Llevamos unas 7 horas de caminata y fotos. En esta ocasión decidí echar solo una cámara compacta, ya que el peso de mi réflex colgada del cuello, no le haría mucho bien a mis ya castigadas cervicales.


Estamos subiendo muchos metros y el corazón acelera el ritmo para hacer llegar ese oxígeno que va escaseando en el aire por la altitud. El cuerpo va caliente y hay que refrigerar aunque sea la nuca con agua fresca.


El terreno es completamente pedregoso, con la piedra hecha lascas por el frío y el viento intenso. Para que podáis imaginar la inmensidad del entorno, señalo con un círculo al compañero.


El oro líquido se encuentra por doquier a estas alturas.


Una mirada atrás para ver todo lo que ya llevamos subiendo.


Aún hay que trepar un poco, viendo cómo la niebla se va echando encima.


El final lo hago entretenido con la boca abierta de admiración, a pesar de ser la tercera vez que subo por estos lares. Han pasado nueve horas, antes de llegar a la laguna.


Estaban acampados unos montañeros cordobeses. Las cabras están por allí a sus anchas, tanto que se dejaban fotografiar con total tranquilidad, acostumbradas a la presencia de gente ahí arriba.


Buscamos un refugio natural del viento, que nos protegiera parcialmente lo mejor posible de esa lluvia que se empeñaba en caer. No llevábamos tienda, se me antojó dormir al aire libre, sentir la libertad de verdad.


A las ocho y media de la tarde ya estábamos metidos en los sacos, con la niebla sobre nosotros. Durante la noche nos llovería, haría viento, se despejaría y podríamos ver las estrellas; todo alternándose de forma aleatoria. A las siete de la mañana, sintiendo una lluvia fina sobre la cara, pero a la vez dormido, siento que me despierta Andrés, preocupado, porque llueve y la primera bajada puede ponerse resbaladiza y muy peligrosa. Eso sí, la laguna está preciosa.


Miramos en dirección a la cima del Mulhacén, nuestro objetivo inicial. Su cima estaba cubierta, desconocíamos con exactitud el camino de ascenso y tomamos la inteligente decisión de no arriesgarnos a perdernos entre la niebla y dejar el intento para otra mejor ocasión.


Antes de empezar a bajar, me entretuve en sacar una panorámica del lugar, para seguir teniéndolo siempre presente.


Las ocho de la mañana, hay que iniciar ya la bajada sin demora.


Aparte de las cabras monteses, a las que estuvimos viendo con bastante frecuencia, tal y como íbamos bajando nos íbamos encontrando a las vacas compartiendo camino.


Empezamos la vuelta de La Estrella. No puedo irme sin meter las piernas en el agua helada, para que se recuperen del gran castigo al que han sido sometidas durante la bajada.


Y como si de un crío se tratase, lo que empezó por meter las piernas en agua, terminó por un baño completo.


Las nubes nos seguirían acompañando el resto del camino.


Sobre las tres de la tarde, se terminaba la aventura, dando gracias al cielo por no haber empezado a llover mientras caminábamos.


Después de semejante paliza había que recuperar fuerzas. No fuimos muy lejos, no, en el mismo merendero que hay ahí, al lado del río, nos metimos un buen plato alpujarreño y, en mi caso, un par de jarras de cerveza fresca.


Regresamos a casa sin contratiempo alguno, felices por el fin de semana tan bien aprovechado y con la promesa de volver para subir a lo más alto de la península.

El perfil de subida lo dice todo. Al final fueron 33 Km por alta montaña.


Y es que, cuando me siento bien ...

1 comentario:

  1. A menudo, cuando nos planteamos retos, no paramos a pensar que una cosa es lo que nosotros queremos y otra cosa es lo que al final sale, ha sido un fin de semana lleno de emociones y sensaciones muy fuertes, subir esos 3000 metros no esta al alcance de cualquiera, solo espero que la próxima vez (que la habrá) el resto de "luneros " se animen y vengan...

    Gracias Orfilo por haber querido compartir con migo esta aventura, nos vemos en el dojo

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