Seis meses hace que aterrizaron en España, mi esposa Zenia y nuestro hijo Nacho. Era un 22 de marzo, después de un largo viaje atravesando de lado a lado el océano Atlántico.
Cuarentena obligada, máxime cuando yo me encontraba hospitalizado en esos momentos. Parece que Nacho no extrañaba su nuevo hogar.
En cuanto pudieron salir ya de casa, Zenia se fue al hospital para poder atenderme, ya que en ese tiempo estaba yo en la fase de inducción. Nacho se mudó a casa de la tita, donde vive como un príncipe siempre que le toca a papá estar una temporada hospitalizado.
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Y llegó el día en que a papá le dieron el alta en el hospital y Nacho volvía a casa de nuevo. No nos veíamos desde mi última visita a Cuba, hacía ya algo más de cuatro meses, de ahí su cara de extrañeza al verme. Mi aspecto no era el más conocido por él.
La hermana mayor se presentó al día siguiente.
Por fin pudo celebrar su primer cumpleaños en España, dos añitos. Comió con sus hermanos españoles, pizzas y una rica tarta.
Un paseo con papá, que iba teniendo algo más de fuerzas para caminar.
Lo de la música en esta familia es algo que parece fluir por las venas. Al menos llama la atención eso de darle a las teclas y que salga sonido.
Como me iba encontrando más fuerte, ese mes de mayo se repitieron las visitas de mis hijos mayores.
Un ratito de juego con la tata.
Los tres Aranda cumplen años en el mes de mayo. Nada más hay que ver la cara de felicidad del pequeño cuando lo vienen a ver.
Lo de conducir le gusta mucho.
Un rato de playa.
Hasta ahora solo se ha podido hacer una visita a los abuelos.
Después de otro de mis ingresos en el hospital, pudimos gozar de un breve paseo por Málaga.
Mi compañero a ratos tranquilos de televisión.
Jugando al escondite.
Ciclismo de salón.
De compras en un Lidl.
Cómo le gusta el agua a este chiquito.
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