El inicio indicaba una playa solitaria, de invierno.
Más adelante comenzaba la vida en el espigón, con unos pescando, otro con la bici, o tomando el sol simplemente.
Cuando uno se encuentra mal, más apetece y envidia poder hacer deporte. El personal arreglando aparejos para salir a navegar, con un espléndido día.
Llegaba al paraíso, o eso parecía con la gente jugando un volley en modalidad fútbol, fotografiándose en una soleada playa.
Nunca falta alguien, valiente, que se atreve a pasear por la orilla.
Hay un tramo del paseo marítimo en el que está prohibido montar en bici. Este señor acata la orden y lo pasa con su bici en mano.
Llegamos al deseado arroyo de Dana, donde hay que soltarla un momento para que beba y busque piedras.
Una plaza alejada, con una bonita fuente.
Esta mañana solo he llegado hasta el puerto pesquero. Hoy me encuentro peor.
El cielo se porta a capricho suyo, dibujando nubes, como si de un escenario de teatro se tratara.
Esta imagen no me canso de sacarla: mar, barcos y montaña.
Hay una pequeña embarcación, que siempre está ahí, con su vaivén, sin que nadie le dedique la más mínima limpieza.
Hace calor.
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