Algunos no se privan de asomarse a los balcones tendidos sobre el impresionante precipicio, aunque el viento les rompa el paraguas.
El amor, ay, el amor. Ni lluvia, ni viento, ni vértigo, ni nada hace que una pareja de enamorados no gocen con el roce de un beso.
Andaba por el Parador una señora, con los hijos dando vueltas a su alrededor, tocando el violín. Solo por salir en un día así, casi sin gente, mereció mi moneda.
Escuchaba a lo lejos unos tambores al son de samba brasileña, en concreto era la introducción de la canción The obvious child, de Paul Simon. Como un loco salí disparado hacia el origen de esos ritmos, y mis oídos me llevaron al Convento de Santo Domingo. La puerta estaba cerrada, pero sin echar la cerradura. Adivinaba a los músicos al fondo. Abrí y entré. Mientras llegaba el encargado del recinto, me dió tiempo a hacer un par de fotos, excusarme y salir de nuevo. Las canas me hacen cada vez más descarado. Hubo sonrisas, comprensión y buen rollo. Si se une la fotografía y la música, pierdo ya los papeles.
Ahora, eso sí, las mesas de los bares andaban más bien escasas de personal; algún viandante a paso ligero y poco más.
http://www.youtube.com/watch?v=_ML5t_nhE9k
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