sábado, 3 de septiembre de 2011

Llegando la noche al puerto

Por la hora no podría hablar de atardecer, eran las nueves menos cuarto y la luz se iba apagando, pasando de un azul a un naranja y de éste a otro azul más oscuro. Fui caminando con la cámara colgada al cuello, como un enamorado en busca de su amor; en este caso los anocheceres en el puerto pesquero, aunque ahora comparte su belleza con barcos recreativos.

En mi camino me acompañó otra amante del mar y el cielo, una gaviota que no quería perderse la magia de cambios de colores.

Al Oeste de la bocana las nubes abordaban a una sierra que no ofrecía resistencia alguna.

Los veleros atracados hacían de línea divisoria entre cielo y mar.

El muelle donde atracan las barquitas, en penumbra, con una pequeña luna en su fase creciente, diminuta entre un gran cielo llenos de nubes de tonos que cubrían toda la gama de colores.

Y por último, un velero se apoyaba en la cercana luz de la farola. Comenzaba la noche y, con ella, todo lo prohibido, pero deseado.

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