martes, 6 de septiembre de 2011

Mi segunda marcha cicloturista

Este pasado domingo participé en lo que era mi segunda marcha cicloturista. Se trataba de 110 km con salida y llegada desde Huétor Tájar, en la provincia de Granada. Estaba muy ilusionado por acabarla, pero tendrá que ser en otra ocasión, por lo motivos que más adelante os relato.

El sábado por la tarde me fui para lo que se está convirtiendo en el cuartel general de las aventuras ciclistas: la casa de los Moreno Molero. A las seis de la mañana del domingo nos pusimos en pie, aseo, desayuno, montar las bicis en el coche y ... en marcha.

A las ocho de la mañana ya estábamos viendo amanecer en la provincia de Granada, cerquita de nuestro destino y, cómo no, a riesgo de que saliera la cámara volando, saqué el brazo por la ventanilla y cogí al sol por sorpresa saliendo de su escondite.

A las 8:25 ya estábamos en cola esperando el dorsal y la bolsa con los regalitos. En esta ocasión me dieron una bolsita tipo mochila en la que iba una lata de espárragos trigueros, típicos de la zona, junto con su recetario, una radio pequeña y un par de llaveros; por supuesto no podía faltar la camiseta conmemorativa de la prueba. En la foto podéis ver a Miguel Ángel de frente, con su colega Juan y, con gorra amarilla, de espaldas, Cameron.

Muchos nervios en la salida, ya que todavía soy novato en estos menesteres. Decidí a última hora no echar la cámara de fotos, para aligerar algo de peso, porque con el barrigón ya voy bien. Lo que sí usé fue la que trae incorporada el móvil que, aunque malilla, hace el avío. A esa hora, las 9:15, andaba yo por las 130 pulsaciones por minuto, de puro nervio. Fijaos cómo estaba ya el tema de animado.

Mi colega me inmortalizó, metiendo barriga, que bastante tengo ya con que me pillen siempre en la bici con la panza colgando.

Y se dio la salida, con el coche de control por delante, la guardia civil, la ambulancia, todo el personal auxiliar; bueno, ya sabéis, todo lo necesario para estas cosas. Miguel Ángel detrás de una muchacha, para variar, jejeje, con su equipación de La Sufrida. A su rueda llevaba a Cameron.

Señoras y señores, aquí llegaba el tío con más kilos de la prueba, eso sí, sonriente como él sólo, pero pendiente del camino, porque se empezó a rodar muy rápido por calles estrechas y muchos ciclistas, con frenazos de vez en cuando. Ahora, el maillot nuevo azulón me iba a juego con la bici. Y hablando de bici, cuando llegamos al pueblo y vi las máquinas de los participantes, me daba vergüenza bajar la mía del coche. Es la única bici de acero que participa en estas pruebas, los demás llevan las modernas de carbono, a cual más bonita.

Se salió del pueblo, camino ya de Loja, como un cohete. ¿Os acordáis cuando estábamos en el colegio y decíamos aquello de -maricón el último- pues lo mismo. Se empezó rodando por encima de los 30 Km/h, a tirones, porque de vez en cuando había que reagruparse por algún estrechamiento. A la salida de Loja, Miguel Ángel iba concentrado en la tarea.

Y llegaba al Km 0 de la carretera de Zafarraya. Ya llevábamos unos cuantos buenos repechos atravesando Loja. Se empezaba el primer puerto de montaña, el más largo, pero tendido.

Bueno, y aquí va el león en solitario.

De verdad que cuando veo la siguiente foto, me dan ganas de quitarme de cenar, de comer, de desayunar, tomar agua, dejar la cerveza. Pero se me pasa en cuanto no la veo, jejejeje.

Subí el puerto esforzándome lo que podía, pero guardándome para el resto del recorrido. Fueron más de 20 km sin dejar de dar pedales hasta que coroné. Llegaba el último al avituallamiento y, sorpresa, no quedaba nada. Me dieron un par de tortas, dos botellines de aquarius y una fanta de naranja, con toda la buena voluntad del mundo. Comí algo y seguí dándole a los pedales. Al llegar a un cruce en Ventas de Zafarraya, no puedo sacar la zapatilla de la cala y me da el nervio. Tengo que cambiar de pie de apoyo, a lo que no estoy muy acostumbrado. Me aparto a un lado, me desato el zapato izquierdo y saco el pie. Herramientas y varios intentos por liberar la cala que está fija, pero que no está unida sólidamente a la zapatilla. Al final lo consigo y veo que se ha perdido uno de los tornillos, por eso gira. Aprieto bien el único tornillo que queda y sigo adelante.

Un par de kilómetros por la vega, llaneando y disfrutando del paisaje. Se empieza a subir el segundo puerto y el pie izquierdo gira de vez en cuando, de forma que podría torcerme el tobillo. Esto quiere decir que otra vez se ha aflojado la cala de la zapatilla. No puedo arriesgarme a pegar una pedalada en falso y caerme. Se terminó lo que se daba. Han sido sesenta kilómetros. Toca llamar a los de organización para montarnos la bici y yo en el coche y volver a Huétor Tájar. Era lo más inteligente.

Para que os hagáis una idea de la cuesta desde la vega.

Mientras esperaba al coche, entabló conmigo conversación un cabrero, que paró su viejo ciclomotor al lado y estuvo como un cuarto de hora hablándome. Yo saqué el móvil e hice la última foto de la jornada.

De vuelta al pabellón, paella y cerveza a granel. Fue un gran día de ciclismo, aunque no pudiera terminar. Me quedaba un poco de cuesta, la bajada y llaneo. El año que viene será, ante estas cosas, poco se puede hacer.

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