domingo, 21 de marzo de 2010

Crónica de un día de esquí en solitario

Ya no podía vencer el ansia por subir a la nieve y deslizarme por pistas poco concurridas. Ese fue el motivo por el que este pasado viernes, a las siete y cuarto de la mañana, empezaba el viaje a Sierra Nevada; la ropa adecuada, los esquís y las botas en sus correspondientes bolsas y, en la mochila, un bocadillo, un plátano, unas galletas, una Coca Cola y un Aquarius, como nutrientes necesarios, los guantes y una braga, gafas de sol, botiquín y navaja multiusos; todo lo necesario para sobrevivir un día en solitario.

Por el camino me tomé una bolsita de galletas y paré solo para repostar gasolina. Fui disfrutando del paisaje por el camino, no tenía ninguna prisa; se trataba de consumir completo cada minuto. Sobre las diez ya estaba en el parking Virgen de las Nieves, arriba del todo, desde donde ya se puede salir esquiando; razón ésta por la que solo aparca allí la gente que lleva el equipo completo de esquí, y además ya controla lo suficiente como para poder volver esquiando por una pista roja con un desvío hacia una azul que te lleva de regreso al coche; en resumen, que los principiantes y los que tienen que alquilar equipo no lo usan y siempre hay sitio. Me puse las botas de esquí y terminé de abrigarme, llamé por teléfono al call center para hacer la recarga de mi tarjeta de socio y evitarme una cola en taquillas. Sobre las diez y cuarto ya estaba con los esquís puestos entrando en un solitario telesilla, el Virgen de las Nieves, que me subiría 272 metros en medio de una gran ventisca para después descender la pista Ribera del Genil, azul, hasta la base del telesilla Sabika.


Este telesilla te deja en una zona por la que puedes coger la pista Zorro, azul, para llegar a Borreguiles. En este tramo compartí un rato con un esquiador que había llegado de Madrid, había dejado a los niños con los suegros y se había subido en solitario, para esquiar a gusto. Nos pusimos de acuerdo para acceder a la zona de Loma Dílar, para lo que tuvimos que coger el telesilla Émile Allais y hacer una bajada en diagonal hasta la base del telesilla Borreguiles II que nos dejaría al lado del radiotelescopio.


Antes de seguir esquiando, decidí comerme el plátano y darle un par de tragos al Aquarius. Comenzamos a bajar la pista Loma Dílar, con una tremenda ventisca.


Me encanta esta pista, porque hay un momento, antes de una gran pala de buena nieve, en el que puedes ver al fondo Pradollano al completo.

Seguimos esquiando hasta llegar a Montebajo, donde decidimos seguir cada uno nuestro camino, ya que él quería bajar a la zona de La Laguna y yo quería ir hacia Borreguiles para esquiar próximo al Este, único lugar que me serviría para poder volver al parking en caso de que la niebla se pusiera tan espesa que fuese imposible seguir esquiando, o que simplemente, parasen el telesilla que me tenía que llevar cerca del Veleta para bajar esquiando por el Águila, roja. Como no quería correr el riesgo de quedarme sin la posibilidad de poder regresar esquiando hasta el lugar donde tenía aparcado el coche, opté por subirme en el telesilla Monachil, que me subiría 449 metros de desnivel para dejarme de nuevo cerca del radiotelescopio. Arriba seguía haciendo ventisca, y desde allí se podía ver el hormiguero humano que se forma en Borreguiles, donde se concentran la mayoría de pistas para principiantes, y hasta donde tenía yo que bajar ahora por la pista Cecilio, azul.

Una vez en la zona adecuada, tomé el telesilla Veleta, que me dejaría 350 metros más arriba, a poco más de tres mil metros de altitud. Era la única alternativa que me quedaba para ir a las zonas Veleta y Parador. Empecé a cruzar diagonalmente hacia la derecha, en medio de un tramo de pista helada, para coger la pista Diagonal Cauchiles, roja, donde no había absolutamente nadie, ya que había una gran ventisca y, además, el telesilla de acceso directo que es el Stadium, estaba fuera de servicio.

Ahí fue el momento en el que decidí que tenía que tomarme las cosas con mayor tranquilidad aún y esquiar de forma segura, ya que en caso de accidentarme, tendría que esperar a que pasase alguno de los que, como yo, prefieren las pistas rojas solitarias. Me siento sobre un montón de nieve, disfrutando de unas vistas únicas, me como el bocadillo y me bebo la Coca Cola, mientras empieza a levantarse una ventisca que empieza a dejarme las manos sin movilidad, hasta el punto de que cuando quiero ponerme los guantes de nuevo, no soy capaz de hacerlo, tengo un gran dolor en los dedos y no me responden. Intento calentar algo las manos metiéndolas en los bolsillos, mientras, sigue arreciando la ventisca; tengo que salir de allí lo antes posible para pasar al otro lado de la montaña. Consigo que los dedos comiencen a moverse de nuevo y me pongo los guantes antes de que la cosa empiece a ponerse más fea. Salgo esquiando hasta llegar a la pista el Águila, que se encuentra totalmente solitaria. No me molesta ahora tanto el viento y disfruto esquiando con giros largos, suaves, con la cámara colgada del cuello. Llegan unos muchachos que hacen una parada para reunirse, aprovecho la foto que me ofrece la imagen con la Virgen de las Nieves al fondo.

Bajo por esta pista roja hasta llegar al cruce con Puerta Elvira, que me lleva de nuevo al lugar de origen de la jornada de esquí. Cogería tres veces más el Virgen de las Nieves, que seguía encontrándose solitario, disfruté de unos maravillosos descensos, que me dieron hasta la oportunidad de grabar un tramo de bajada con el móvil en el modo de video. Después vería que debería haber prestado más atención a la grabación, en vez de ensimismarme con el paisaje; por lo que no conseguí lo que quería: un video bonito para subir a youtube. Otra vez será, con una cámara más en condiciones, con más angular.

Después de cinco horas seguidas de esquí, decido que es momento de aprovechar que no he sufrido ninguna caída y ya comienzan a cargarse las piernas, para volver. Hago desde el parking una foto de unas casas que me encantan.


Comienzo por quitarme unas botas que han cumplido a la perfección su función. Creo que el dinero mejor invertido en mi vida, fue el que empleé hace dos temporadas para comprar mis botas actuales. Las otras que tenía me hacían tal daño que hacía de algo que me gusta tanto como el esquí, un suplicio. Lo barato, ya se sabe, y más en el caso de unos pies que no son tales, sino palas, como los míos. Los esquís también estuvieron a la altura de las circunstancias, el año pasado me los repararon, enceraron y afilaron los cantos para que agarrasen bien en los giros.


Una vez comenzado el descenso en coche, no pude evitar bajarme y fotografiar este paisaje de asfalto, árboles y nieve.

Poco antes de las seis y media de la tarde estaba ya de vuelta, guardando el equipo. Fue un bonito regalo por el día del padre.

Ride like the wind.

http://www.youtube.com/watch?v=4nMksTi7u3A&feature=related

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